ARMAS PARA LA SEGURIDAD

¿Es posible vivir en paz? ¿Será una utopía inalcanzable vivir tranquilo en la casa, sin temor a que alguien venga a perturbar nuestra paz e intimidad? ¿Cuándo será el día que los medios de comunicació...

| Jesús Gines Ortega Jesús Gines Ortega
¿Es posible vivir en paz? ¿Será una utopía inalcanzable vivir tranquilo en la casa, sin temor a que alguien venga a perturbar nuestra paz e intimidad? ¿Cuándo será el día que los medios de comunicación no puedan publicar actos de violencia, sencillamente porque la sociedad los haya desterrado para siempre? Sería un agrado poder afirmar en nuestro medio, sobre todo en nuestro medio ciudadano, que todos estos interrogantes han dejado de serlo. Que la vida en paz, que la seguridad del hogar y que las noticias buenas sean la normalidad de nuestra existencia. Mientras esta utopía llega, si es que algún día pudiera llegar a ser, tratemos de ser realistas y busquemos juntos algunas "armas" que nos permitan vencer la guerra con una cierta seguridad de éxito. Nuestra contribución al tema que, ocupa y preocupa a las autoridades nacionales y locales, no puede ser otra que la reflexión racional y un espíritu abierto a contribuir con las "armas" con que la sociedad nos ha investido: las de la cordura o racionalidad. Tres tareas de fondo y un par de sugerencias de forma se nos antojan como camino que puede acompañar a quienes nos han invitado a participar en tan noble propósito: el de lograr seguridad y paz ciudadana, como agentes educadores de la sociedad. Las tareas de fondo, a nuestro juicio, tienen que ver con la educación de la conciencia individual, con la promoción de los valores familiares y con un ferviente llamado a la colaboración de los comunicadores profesionales. Las sugerencias específicas tienen que ver con un fuerte control de las armas de fuego y con un enfrentamiento eficaz a la llamada indisciplina escolar, que es fácilmente la antesala de la delincuencia juvenil. La primera tarea, que es por su naturaleza la que apunta a lo más profundo del problema tiene que ver con uno de los temas principales de la educación de la persona, el de la formación de su conciencia moral. La conciencia moral no es otra cosa que la aplicación del sentido común a las tareas de bien y mal que enfrenta a cada momento una persona dotada de racionalidad y cordura. La conciencia es el juicio próximo y práctico que nos permite discernir sobre el bien o mal que provocan nuestras acciones. Sólo desde esta instancia se puede ordenar la vida personal y por consecuencia la vida social. Sólo los jóvenes que saben y viven lo que es bueno o malo en cada momento serán capaces de formular y realizar las conductas morales que la sociedad exige de ellos. No es sólo, por cierto, un problema de conocimiento. Es antes que nada un problema de acción. La conciencia moral, a diferencia de la psicológica, impulsa al hombre al camino del bien y no simplemente al de la realidad. Si esta es nefasta, la conciencia moral exigirá a quien la cultive a modificar la conducta, a corregir. Cualquier otra acción, de castigo o represión que propongamos a este efecto, será inconducente al propósito natural de una persona dotada de criterio apegado al fin último que es el bien y la felicidad propia y ajena. Una segunda tarea que debiera contemplar una política de fundamento moral para la juventud hay que fijarla en su entorno natural que no es otro que la familia. Solamente en ella se puede tener aquella relación de gratuidad y generosidad propia de los padres responsables, de los hermanos y parientes efectiva y afectivamente vinculados a la persona del joven. Robusteciendo los valores de paternidad responsable, de maternidad afectuosa y educadora, así como la de fraternidad participativa y colaboradora, podremos llegar a obtener el resultado de personas fuertes, sólidas en principios y en virtudes, esperanzas y en proyectos de futuro. Con una familia ausente o destruida, despreciada por la propia sociedad es muy difícil que el joven candidato a la violencia rebelde, pueda sostenerse, corregirse o verdaderamente sentirse satisfecho consigo mismo. Un trabajo de la sociedad toda para sostener y proyectar, estimular y defender a la familia natural será imprescindible para cambiar radicalmente el problema de la perturbación social que lamentamos. Junto al pilar de la formación de la conciencia hay que robustecer el respaldo de la familia para poder soñar con un mundo más cercano a la utopía que estamos dispuestos a soñar para nuestro país y para nuestra ciudad. La tercera tarea de fondo que proponemos es, probablemente, la más difícil de implementar, ya que implica una tupida y difícil red de voluntades enquistadas en los poderosos medios de comunicación, los que a su vez nos envuelven de la mañana a la noche y que nos dejan poco espacio para intervenir en algún tipo de diálogo. Son ellos, sin embargo, los que hoy campean en nuestro entorno provocando un ambiente muy semejante al smog que ahoga nuestras principales ciudades. Cuando estos medios nos presentan los hechos violentos, que sin duda son auténticos, en forma simultanea, detenida y cruda, y que provienen de todos los puntos cardinales; o cuando nos insisten con opiniones reiteradas que profundizan estos mismos hechos, lo que logran en nosotros es una sensación de infierno colectivo, donde lo único que cabe es ponerse a la defensiva de tanto mal que nos rodea y nos interpela. Los seres humanos, débiles por nuestra naturaleza inclinada a la pasión más que a la razón, al vernos sacudidos por tanta maldad ambiente, no alcanzamos a sobreponernos y apenas si somos capaces de discernir entre lo mucho malo y lo muy poco bueno. ¡Qué tremendo es saber que nuestros profesionales de la comunicación escrita, hablada o de imágenes, son conminados por sus propios maestros a presentar como más atractivo el crimen que la nobleza, la intriga que el susurro, la denigración antes que la alabanza de los buenos! Es, sin duda esta tercera tarea la más difícil de todas, pero tal vez la que más urge denunciar por quienes trabajamos contra el tiempo por formar la conciencia de los jóvenes o levantar la voz a favor de los bienes radicales de la familia unida, permanente y educadora. Sobre la base de estas tres tareas fundamentales, permítanme proponer un par de acciones formales que, sin duda, podrán ayudar a mejorar el impacto que la violencia está produciendo en nuestra sociedad. La primera se refiere al control de las armas de fuego, en su tenencia y comercialización. Una distribución relajada de estos instrumentos de muerte no tendrá otro fin que el de facilitar el mal uso de las mismas. Un control estricto y una asignación rigurosa a personas realmente responsables y cuerdas, es hoy, más necesario que nunca. Tratar de que estas no lleguen, por ningún motivo a manos infantiles y juveniles, es una tarea que deberá llevar a nuestros legisladores y a nuestra policía a observar una conducta verdaderamente rígida, exigente e intolerante. Valga aquí utilizar esta expresión moral que en otras circunstancias podría ser universalmente repudiada. Frente a la vida y la muerte no cabe la duda. Solo hay que fomentar la vida y evitar a cualquier costo, la muerte. Una segunda y última acción que proponemos como necesaria es la de abordar en los establecimientos educacionales el tema de la indisciplina escolar. Razones de una falsa condescendencia y camaradería han llevado a muchos maestros y administradores de centros educacionales a relajar la disciplina, que es evidentemente necesaria para toda formación moral. Donde no hay disciplina, imperan los instintos, se refuerzan las pasiones y afloran, naturalmente los conflictos. Con un espíritu propositivo, más que sancionador, con una voluntad de exigir metas altas y no mediocridades, un buen maestro será siempre más querido que con una camaradería insulsa, que no permite al joven imponerse de su visión y misión verdaderamente humana en su vida juvenil. El tema de un auténtico liderazgo de los maestros está todavía esperando por desarrollarse masivamente en nuestra bastante resentida sociedad. En fin, otras muchas tareas quedarán por realizar, otros fundamentos por reflexionar, pero estoy seguro que con estos anteriormente propuestos, bien podríamos elaborar un plan de acción que nos permita subir algunos peldaños en esta difícil tarea de reencantar a nuestra juventud hacia un mejor conocimiento de sí mismos mediante la formación de la conciencia moral; a buscar un más fuerte apoyo en su propia familia, al mismo tiempo que a exigir a los profesionales de la comunicación que apunten más alto en los valores que nos entregan, y a revisar la insistente manía de poner como noticia destacable lo que más bien debiera ser excepción en sus noticiarios y comentarios. Nuestra Universidad, nuestros centros técnicos y nuestros colegios, sin pretender proclamarse modelos en la materia que hoy presentamos, están sinceramente buscando nuevos caminos para preparar hombres y mujeres que mañana constituyan liderazgo en humanidad. Nuestro Tomás de Aquino que ha sido proclamado como Doctor Humanitatis (Maestro de humanidad) nos impulsa y estimula a contribuir con la sociedad en esa dirección.
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