Cultura chilena actual y “Cultura de Alianza” (I)

Hace algún tiempo, el 19 de enero de 2011 para ser preciso, Alejandro González G., en este mismo sitio Web planteó breve y simplemente el desafío de crear una "Cultura de Alianza" en nuestras actividades laicales, del día a día, en el mundo. Su planteamiento fue hecho desde una mirada esencialmente religiosa, sobrenatural –lo cual por cierto está muy bien-, y provocó bastantes comentarios desde otras perspectivas similares y también complementarias. Considero que nadie debiera ignorar la enorme dificultad de la propuesta de crear una Cultura de Alianza. Pinchar en "Leer Más" para leer el artículo.

| Patricio Chaparro Patricio Chaparro

Hace algún tiempo, el 19 de enero de 2011 para ser preciso, Alejandro González G., en este mismo sitio Web planteó breve y simplemente el desafío de crear una "Cultura de Alianza" en nuestras actividades laicales, del día a día, en el mundo.

Su planteamiento fue hecho desde una mirada esencialmente religiosa, sobrenatural –lo cual por cierto está muy bien-, y provocó bastantes comentarios desde otras perspectivas similares y también complementarias.

El tema desapareció -a pesar de algunos esfuerzos para que ello no ocurriera- y fue reemplazado por otros (anoto, aunque sea de paso, que en esta tendencia a que los temas sustantivos desaparezcan rápidamente los diarios digitales o informáticos se parecen mucho a los de papel).

Considero que nadie debiera ignorar la enorme dificultad de la propuesta de crear una Cultura de Alianza.

Especialmente si se tiene en consideración que la nuestra básicamente puede caracterizarse como una cultura que tiende al conflicto, no al consenso, menos aún a las alianzas.

En mi opinión, es preciso explorar lo que podría denominarse el terreno que la propuesta de una Cultura de Alianza debe reconocer y ponderar, para tratar de avanzar desde la realidad - y no quedarse solamente en el terreno doctrinal.

Así, en esta primera de tres columnas formularé una propuesta de descripción de algunos de los rasgos centrales de nuestra cultura chilena actual: el síndrome de oposición; la imposibilidad de convencer; una cierta tendencia a la complicación; la contienda política; el conflicto generacional; la razonabilidad que se termina; el predominio del dinero; y el individualismo.

Desde luego, al comenzar, hay que reconocer que en América Latina, generalmente cuando utilizamos el vocablo "cultura" lo referimos a aspectos tales como la música selecta, el ballet, la pintura, el teatro, la opera, los conocimientos de filosofía, leyes, literatura, historia, geografía, física, etcétera.

Adoptaré en ésta y las siguientes columnas una perspectiva distinta, de raigambre antropológico-social, en que la cultura de un país está conformada por el conjunto prevaleciente de actitudes básicas de sus habitantes, que derivan en conductas específicas, observables, en la vida de interrelación social, las que ocurren en un territorio y en una época determinada.

El enfoque que adopto es uno poco explorado, respecto del cual no sabemos mucho con objetividad y certeza.

Asimismo, reconozco que propondré una opinión crítica de la cultura chilena actual y, por lo tanto, lo que escribiré quedará expuesto a ser calificado como "pesimista" o "negativo".

Sin embargo, considero que esos calificativos son más bien subjetivos y tienden a ser utilizados rápida y livianamente cuando a uno no le gusta el análisis que lee, a fin de denostarlo, ignorarlo o minus valorarlo.

Además, corro el riesgo antes aludido porque opino que entre nosotros tendemos a sobre enfatizar las lecturas y análisis "optimistas", "positivos", de nuestra cultura.

Ello debido quizás a un cierto énfasis de estrategia pedagógica y religioso-pastoral, que está bien. Pero esas aproximaciones, si bien pueden ser legítimas, son incompletas si no se acompañan de las que a continuación comienzo a proponer.

1. El síndrome opositor

La cultura chilena actual se caracteriza por el síndrome de la oposición. Esto es, nuestra primera reacción y actitud en materias sociales, políticas, económicas, incluso religiosas, tiende a ser del tipo "díganme de qué se trata, para oponerme".

Así, en todo tipo de materias, los chilenos tendemos a estar todos y cada uno en contra de los otros. Basta con expresar una opinión, exponer una idea, hacer una proposición, para que de inmediato –o casi- surja en primera instancia la oposición de todos contra uno, el proponente, y de los otros, o sea, todos.

No importa tanto escuchar, conocer bien, comprender a cabalidad y ponderar, serena y objetivamente, los méritos de lo que se expresa; oponerse es simplemente un requisito sine qua non; esto es, algo esencial de la convivencia social chilena.

2. No es posible convencer a nadie

Asociado a lo anterior, tendemos desde temprano en nuestras vidas de adultos a adherir férrea y apasionadamente a algunas ideas, intereses, ideologías, partidos políticos, opiniones. De tal modo que en estas materias un consejo válido, casi de protocolo básico de convivencia social, es que "no trates de convencer a nadie, porque a nadie convencerás".

Ello explicaría por qué en la vida social, económica y política chilena son tan difíciles e incluso no son posibles los consensos –a veces ni siquiera entre los que están de acuerdo- pues nadie convence a nadie, todos tienen sus propias y definitivas interpretaciones de los hechos y acerca de qué debe hacerse.

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