El Ejemplo de los Niños

En esta columna, el Director del Centro de Estudios Internacionales UC, Juan Emilio Cheyre, realiza un repaso de sus vacaciones, y rememora las enseñanzas que le dejaron. Entre ellas figura el valorar lo que en el resto del año se ignora. "Pensemos cuántas cosas nuevas pasan por nuestro lado sin que les pongamos interés, a cuántos alejamos, desconocemos o rechazamos", dice. Una de ellas son los niños que, en comparación con los exigentes adultos, presentan una sencillez que puede ser ejemplar. "Los niños nos dan a los mayores muchos ejemplos que, de recibirlos y valorarlos, nos pueden llevar a ser mejores seres humanos", concluye.

| Juan Emilio Cheyre Juan Emilio Cheyre
La ventana que nos abre el verano, para salir durante un tiempo de una vida laboral demandante, para quienes ya no tenemos niños en la casa, nos ofrece, a veces, la oportunidad de una convivencia estrecha con nietos y nietas. Tal como para otros abuelos, ésta fue mi vivencia durante las vacaciones.

Gracias a Dios pude compartir junto a mi mujer con diez niños entre los trece y un año. Ésta fue una temporada especial, porque como nunca pude involucrarme en el ajetreo propio de la actividad veraniega.

Como cualquier otro grupo familiar en vacaciones, vivimos una actividad incesante, entre paseos, comidas con sobremesa alargada, la sobrepoblación en los espacios comunes, un desorden y bullicio superior a lo normal, el recargo de tareas para la dueña de casa y en fin todo aquello que va construyendo las memorias familiares.

Para mí el descubrimiento fue la riqueza de contenidos que entregan estos contactos que a veces agotan, pero que finalmente son los que realmente uno agradece.

Mis recuerdos son muchos pero rescato con admiración la maravillosa capacidad de asombro que tienen los niños. En efecto, verlos descubrir nuevos mundos y compararlos con la ciudad donde viven, escuchar sus conversaciones, sorprenderme por la capacidad de integración y disposición a jugar de igual a igual con sus primos (hasta con once años de diferencia) permite, a mi juicio, resumir el ejemplo de adaptabilidad y la capacidad de vivir cada momento que es un ejemplo para los mayores. Los adultos parece que conociéramos todo y eso no es así. Hemos desarrollado una forma de vida donde nada nos sorprende y pocas cosas nos emocionan, tendiendo a encerrarnos y ser reacios a compartir con otros, sensaciones, emociones y experiencias.

Al respecto, pensemos cuántas cosas nuevas pasan por nuestro lado sin que pongamos interés en ellas, a cuántos alejamos, desconocemos o rechazamos ya que no nos resultan entretenidos o interesantes de acuerdo a los códigos con que nos manejamos por la vida. Partiendo de la experiencia que deduje del actuar de los niños, mi compromiso es ampliar la mirada para aumentar el interés por cosas nuevas, porque pese a todo lo visto, tengo mucho que aprender y por otra parte, ser receptivo y compartir con quienes no son una réplica mía o de aquellos a quienes considero personas interesantes.

Otras experiencias que atesoro de estas vacaciones son la alegría permanente de los niños que se contentan con tan poco para ser felices, comparado con los exigentes códigos y requisitos que muchas veces tenemos los mayores para sentirnos realizados. También recuerdo nítidamente la casa que armaron las primas en un árbol donde pasaban horas viviendo diferentes situaciones inventadas que las hacían reír y gozar como si estuvieran en un verdadero palacio. Tampoco olvido los paseos con mis nietos entre 7 y 4 años, quienes se sentían navegando en el más lujoso trasatlántico con el elegante menú de papas fritas que gozaban con un entusiasmo que no he visto en pasajeros de las más prestigiadas aerolíneas, que desaprueban el caviar o la champagne que solícitas azafatas les ofrecen en preciosas presentaciones.

Guardo muchas memorias de estas vacaciones, pero sólo pretendo hacer que cada cual recuerde las propias, tal como yo rememoro la emoción que todos tenían – desde el más grande al más chico de mis nietos- por recibir unas monedas que les permitían aventurarse a comprar unos churros que degustaban entre conversaciones y risas.

Lo que quiero destacar es la sencillez y la capacidad de contentarse con poco. Cuando pienso en nuestra sociedad y en nosotros que cada día aspiramos a más, a veces con límites insospechados, me convenzo que es en estos simples ejemplos de vida cotidiana donde tenemos que aprender lecciones. Estoy cierto que cada uno de los lectores tiene mejores recuerdos de donde extraer este conocimiento para aplicar a su propia vida.

En fin, el verano fue largo y las experiencias abundaron. Sólo he querido recordar parte del mío en estas sencillas reflexiones. Tengo una sola conclusión. Los niños nos dan a los mayores muchos ejemplos que, de recibirlos y valorarlos, nos pueden llevar a ser mejores seres humanos. Es por eso que haré esfuerzos, y no sólo en las vacaciones, para darme el tiempo de decodificar los mensajes positivos que esos pequeños nos dan a quienes creemos ser grandes.

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