Ideal Personal

Cuando hablamos de Ideal Personal, hablamos del núcleo vital más importante de la pedagogía kentenijiana. Allí confluyen las fuerzas espirituales que impulsarán al hombre a superarse y a realizarse c...

| Cecilia Sturla Cecilia Sturla
Cuando hablamos de Ideal Personal, hablamos del núcleo vital más importante de la pedagogía kentenijiana. Allí confluyen las fuerzas espirituales que impulsarán al hombre a superarse y a realizarse como persona única e irrepetible, puesto que una primera definición de Ideal Personal (IP) nos lleva a afirmar que es una idea de Dios en nosotros. Lo que vamos a analizar aquí son algunas definiciones de IP teniendo siempre presente lo más vital de estas: su referencia a lo más íntimo e intransferible del ser humano, donde encontramos lo propio de uno de tal manera que una vez encontrado, se orienta toda nuestra vida hacia esa meta y es el camino de la autoeducación. Podemos abordar el IP desde varias perspectivas: desde lo filosófico, lo teológico y lo pedagógico. Como cada definición entraña un contenido muy denso, vamos a tratar de orientarnos desde todas las perspectivas atendiendo a aquellos puntos que son más importantes a nuestro criterio. El P.K. define el IP como: "la tendencia original querida por Dios, o bien la sensibilidad original del alma querida por Dios, del alma en gracia que, sostenida fielmente, madura hacia la plena libertad de los hijos de Dios". Ante todo, partimos de la premisa más importante: el hombre está hecho a "imagen y semejanza de Dios". Significa que una parte nuestra, participa de Dios: no somos Dios, pero tenemos una parte de Dios en nosotros. Con lo cual hay algo de divino en el hombre. Un poema de Goethe dice: Cada uno lleva en sí la imagende lo que debe llegar a ser,Y mientras no llegue a serlo,su paz no será plena. En el acto creador, Dios deja una huella de sí en lo creadoEl hombre es un pensamiento encarnado de Dios, y por eso mismo, un deseo de Dios encarnado. Desde antes de la Creación misma, yo existía en el pensamiento divino, con mi esencia en su plenitud, (porque estaba justamente en el pensamiento divino). Vale decir, que esa idea de Dios, una vez que me dio la existencia temporal, pasó a estar no en acto como en el pensamiento de Dios, sino en potencia. Pasé a estar como "capacidad", como "potencialidad" de esa imagen que Dios hizo de mí. Esto es clave para tratar de encontrar el IP. En la búsqueda más profunda de mi yo, lo que debo buscar es justamente esa idea original que Dios pensó para mí, lo que hace que yo sea yo, distinto del otro. Volvamos a Goethe, yo llevo en mí la imagen de lo que debo llegar a ser. Y esta imagen es nada menos que lo que Dios pensó para que yo sea feliz. Ahora bien. La parte teológica y filosófica ya está (someramente) delimitad. Lo que falta y que es la parte más trabajosa pero no menos apasionante, es descubrir justamente esa idea originaria de Dios en mí, y con qué relacionamos el IP, es decir, cuáles son sus características más importantes. El IP está vinculado directamente con la "magnanimitas", la magnanimidad, es decir, el "alma grande". Esa capacidad propia del hombre de aspirar no sólo a lo que debo hacer, sino la simple aspiración a lo "más", a lo grande, lo excelso. Si el IP y la magnanimidad no van unidos, corremos el riesgo de que el IP se transforme en algo impuesto, o superpuesto, porque termino transformando mi IP en un objetivo taxativo y seco. "debo cumplir con los mandamientos, con las obligaciones, voy a misa para cumplir con el precepto, realizo mis tareas para cumplir con el IP... San Ignacio de Loyola lo formula breve pero de manera contundente: todo su IP es un "Ad maiorem Dei gloriam", y él en sus ejercicios, lo primero que dice es que la persona que no sea capaz de superarse a sí mismo o que no tenga esa inclinación de hacer las cosas no por obligación sino por el sólo hecho de aspirar a más", le recomienda que no empiece siquiera con los mismos. Porque "ad maiora natus sum" (he nacido para las cosas más grandes). La magnanimidad se manifiesta cuando lo que hacemos, lo hacemos siempre pensando no en el éxito mundanal, sino porque nuestro querer coincide con el querer divino. Para esto debemos atender a tres puntos esenciales: a) Claridad de metas: Descubro lo que soy, y sé hacia dónde me dirijo. si soy madre, y tengo vocación conocida y reconocida, sé que aspiro a que mi hijo llegue al cielo, y hacia allí dirijo mi maternidad.b) Heroísmo: el cristianismo no se entiende sin esta tendencia hacia lo heroico. Nadie nos dijo que a la vida eterna llegábamos por el camino más amplio y cómodo. El heroísmo es esa actitud frente a las cosas y a los hechos del mundo que siempre nos exigen al máximo de nuestras fuerzas. c) Impulso de perfección: "Sed perfectos como lo es vuestro padre que está en los Cielos". La santidad debería ser el motor siempre encendido en la vida del cristiano. Sin esa aspiración, mi IP termina rebajado y acomodado a la mediocridad de mi vida actual. Y toda persona puede ser mejor y más buena. Por suerte no hay nadie que diga: "yo no puedo ser mejor de lo que soy. Así estoy bien". Si retomamos la definición que vimos al principio, la sensibilidad del alma es justamente ese escuchar en la voz del alma, de la conciencia (que según alguno autores no es otra cosa que Cristo en nosotros), todo nuestra educación, si es una educación en los ideales, es una educación en la magnanimidad, que deja afuera la mezquindad de medir todo acto que hacemos para "cumplir" con los mandamientos, y ni siquiera pregunto si debo hacerlo o no. El PK habla mucho que la magnanimidad está también ligada a la "fineza del alma". Esa expresión me gusta mucho, ya que nuestro tiempo hace que muchas veces ya sea por el vértigo de la vida diaria, como por el consumismo, no podamos escuchar a nuestra alma cuando nos habla (sea a través de las emociones, sea a través del cuerpo). Y es esta fineza del alma que en nosotros debe estar altamente desarrollada para percibir el querer de Dios en nuestras vidas. Recapitulando: El IP es la idea encarnada de Dios en mí. Debe estar unido a la magnanimidad y a la fineza del alma... ¿Para qué? Para que pueda escuchar la voz de Dios a través de mi alma y así pueda encontrar el camino que Dios pensó para mí. Es claro que este camino no es fácil. Si nos fijamos en la vida de María, encontramos que allí la magnanimidad fue total (recordemos el Magnificat) y la fineza del alma en total sintonía con el querer de Dios. Por ello es Ella nuestro Modelo a seguir. Ella nos educa a que cultivemos esas tendencias para así estar en sintonía con Dios y encontrar nuestra plenitud. Si no encontramos nuestro IP (consciente o inconscientemente) perdemos de vista nuestra razón de ser, y si no nos realizamos como personas únicas e irrepetibles, corremos el inmenso riesgo de "despersonalizarnos", asumiendo formas y estructuras que no condicen con nuestro yo más profundo. Al respecto dice José Ortega y Gasset: "Mientras el tigre no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse. No sólo es problemático y contingente que le pase esto o lo otro, como a los demás animales, sino que al hombre le pasa a veces nada menos que no ser hombre. Y esto es verdad, no sólo en abstracto y en género, sino que vale referido a nuestra individualidad. Cada uno de nosotros está siempre en peligro de no ser el sí mismo, único e intransferible que es. La mayor parte de los hombres traicionan de continuo ese sí mismo que está preparado a ser" La pedagogía kentenijiana apunta sus flechas hacia este mismo blanco. Los instrumentos los tenemos: Sólo basta que nos animemos a entregarnos magnánimamente a luchar por el Reino de Dios en la tierra.
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