La Ley del Más Fuerte

La aceptación de ciertas reivindicaciones se presentan como un avance democrático con el que se reparan injusticias y se colman aspiraciones que no habían podido ser atendidas antes porque la sociedad no estaba suficientemente madura para aceptarlo. Así expresado, es difícil objetar nada; nadie puede oponerse seriamente a que se reconozcan derechos o se amplíen e, incluso, esto puede ser necesario. Pero nos encontramos ante la hipertrofia de las libertades, consistente en ampliar indebidamente el contenido de ciertos derechos, lo que conduce a la proliferación de supuestos conflictos de derechos que no son tales y que desaparecen en cuanto reducimos cada derecho a su contenido esencial, que sería al mismo tiempo su verdadero contenido.

| Pablo Crevillén Pablo Crevillén

Uno de los eslóganes más utilizados en el debate público es el de la "ampliación de derechos". La aceptación de ciertas reivindicaciones se presentan como un avance democrático con el que se reparan injusticias y se colman aspiraciones que no habían podido ser atendidas antes porque la sociedad no estaba suficientemente madura para aceptarlo. Así expresado, es difícil objetar nada; nadie puede oponerse seriamente a que se reconozcan derechos o se amplíen e, incluso, esto puede ser necesario.

Pensemos en el derecho a la intimidad. Cuando se formuló en el siglo XIX, no se pudo tener en cuenta la amenaza que la digitalización de los datos e Internet podían tener para que datos personales relativos a la salud, las creencias religiosas, opiniones políticas o situación económica fueran conocidos o utilizados sin consentimiento del afectado. Por eso, ha sido necesario legislar para proteger la privacidad de las personas.

Pero, normalmente, cuando se habla de ampliar derechos no se piensa normalmente en actualizarlos con el fin de adaptarlos a nuevas amenazas potenciales. Se plantea, por ejemplo, para que las mujeres vivan su sexualidad sin el riesgo de ser unos meros "contenedores" de bebés y puedan abortar si así lo deciden, o puedan ser madres a través de las técnicas de reproducción asistida sin necesidad de pareja, o para que las parejas heterosexuales tengan un hijo aunque ello suponga destruir embriones, o para que las parejas lesbianas puedan por el mismo medio tener un hijo, o para que las parejas gays puedan adoptar, o las parejas homosexuales puedan contraer matrimonio y así sucesivamente.

En estos casos, más que derechos preexistentes que no han sido reconocidos, cabe hablar más propiamente, de la realización de deseos. Este modo de pensar utilitarista mide el bien de las acciones por la felicidad total que producen. Se trata de satisfacer preferencias, aquello que es valioso para cada individuo.

Como no hay principios inmutables, sino que las acciones se valoran según las consecuencias, el truco está en quién ha de hacer esa valoración, porque normalmente todo acto humano suele tener consecuencias favorables y desfavorables simultáneamente. Y esta valoración la hace el que tiene un mayor poder político, económico o social. No es precisamente casual que el utilitarismo surgiera entre los economistas liberales ingleses y la aplicación de sus doctrinas llevó a una enorme injusticia social tan bien retratada por Charles Dickens.

Que la decisión la toma el que puede imponer sus criterios se ve claramente en relación con las distintas formas de convertirse en padres. No se puede banalizar o minusvalorar el deseo de paternidad o maternidad. Una de las propiedades que caracterizan a los seres vivos es su capacidad de reproducirse. Y los animales tienen un fuerte instinto para perpetuar la especie. Ese instinto también lo posee el ser humano y si una pareja no puede tener hijos, eso normalmente les hace sufrir. Pero lo que está en discusión es si ese instinto ha de satisfacerse a toda costa. Y uno tiene la sensación de que se antepone siempre el deseo del adulto sobre cualquier otro interés, sea éste la vida de los embriones o el de los niños que efectivamente nacen (al que no siempre se garantiza el mejor entorno familiar) o el de la dignidad de la mujer que es pagada para que haga de madre de alquiler.

Nos encontramos ante la hipertrofia de las libertades, consistente en ampliar indebidamente el contenido de ciertos derechos, lo que conduce a la proliferación de supuestos conflictos de derechos que no son tales y que desaparecen en cuanto reducimos cada derecho a su contenido esencial, que sería al mismo tiempo su verdadero contenido.

Incluso la británica Mary Warnock, la presidenta de la comisión que inspiró la redacción de la ley de reproducción asistida de aquel país (una de las más permisivas del mundo), dijo en un libro (Fabricando Bebés): "Lamentaría cualquier tendencia que condujera a la gente a sentirse tan obsesionada por su derecho a tener un hijo y a tenerlo del modo que ellos desean, incluso con las características que ellos prefieren, que les hiciera olvidar la vieja sensación de asombro y gratitud que se siente con el nacimiento de un niño. ¿Gratitud a quién? Bien, a Dios o a la naturaleza, a la comadrona o al médico, o al mismo principio de continuidad y renovación de la vida. No importa. Pero, como ya he dicho, la gratitud es algo que no se siente cuando todo lo que uno ha conseguido es aquello que se le debía".

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