La reconstrucción

¿El cine latinoamericano está perdiendo la humanidad? ¿Será que cuando los cineastas cuentan con más recursos económicos dejan de lado el afecto? Esto es parte de la columna de esta semana del padre Enrique José Grez.

Viernes 1 de mayo de 2015 | P. Enrique José Grez

A pesar de los éxitos de taquilla que he visto en las últimas semanas en mi memoria pesa cada día más un sencillo filme argentino que vi en un avión hace varios meses. Y no logro que se me olvide... querrá decir que era bueno.

La Reconstrucción (2013) cuenta la historia de un hombre embrutecido, completamente primitivo por la falta de vínculos. Emprende, casi sin querer, un viaje que lo remecerá y en el que se verá envuelto en la dinámica de la familia, que primero lo tensionará y lo llevará luego hacia una aventura afectiva de la que no sabemos cómo va a salir. No cuento más para que no me digan "spoiler".
¿Es tan difícil hablar de lo humano? Sí, pero no se trata de una cuestión de lucas. La famosa y premiada Birdman (2014) de Iñarritu, las inversiones en efectos especiales de Gravity (2013) del también latino Cuarón, o las volteretas de guión y el casting farandulero de 360º (2011) del continental Meirelles, nos hablan de un cine latinoamericano que ha tocado los millones de dólares, pero que quizás ha olvidado que su principal capital es la cercanía al afecto. No por nada fuimos la capital del culebrón, y quizás es sintomático que hoy por hoy las más populares telenovelas las están haciendo en Turquía.

Pero no todo está perdido. Consistentemente, en variados registros y presupuestos, el cine argentino nos sigue regalando en dosis frecuentes algunas producciones que nos invitan a volver a los temas cotidianos que nos remecen: el amor, el olvido, la venganza, los viejos, el niño, la soledad, la picardía, la gratitud, la compasión. En la senda de Historias Mínimas (2002) pero quizás en un tono más biográfico asistimos al escenario desolado de la Patagonia, en el que el milagro de lo humano brilla con la luz aterciopelada que parece un eterno atardecer y con esos mismos caminos solitarios que son una invitación a que nuestro discurso interior empatice con el silencio lleno de ruidos emotivos de los corazones de sus protagonistas.

Lo que tiene de humor y espontaneidad Historias Mínimas, lo echamos de menos en La Reconstrucción, pero a cambio podemos contemplar muy de cerca el proceso de duelo de un hombre que en el contacto con la vida de una familia real, con todas sus falencias y riquezas, comienza a reconstruirse. "No se nace mujer" dice Judith Butler, tampoco se nace varón, podemos parafrasearla. Películas como la que comentaba en el número anterior (De tal Padre tal Hijo), o más aún la que hoy proponemos, nos muestran el proceso que en diversas culturas emprenden hombres que descubren la necesidad de redimirse en su identidad paternal. No es fácil, nunca lo ha sido, pero supone un itinerario donde la belleza de los afectos puede desplegarse en una aventura vertiginosa; y lo que vemos es tan impresionante como la desfachatez de una naturaleza desproporcionada, como los paisajes patagónicos, y más compleja que cualquier tipo de circuito electrónico digno de la nanotecnología oriental.

Pauline Kael, la afamada crítica del New Yorker se enorgullecía de no ver las películas más que una sola vez. Bien por ella que tenía esa memoria privilegiada y una capacidad de análisis proverbial, nosotros somos más normales. Sin embargo cuando una película se fija tan indeleblemente en la conciencia, como ésta en mi caso, es que trae más de algo que merece ser compartido... se las regalo.

Fuente imagen: Filmaffinity.com

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