Libertad y amor al prójimo para sanar al hombre mecanicista

Una de las cuestiones que más se pregunta el ser humano es si existe o no un ser superior y omnipotente -que llamamos Dios- que lo trascienda en el tiempo y el espacio. Al respecto, en nuestro mundo o...

| Mario Requena Pinto Mario Requena Pinto

Una de las cuestiones que más se pregunta el ser humano es si existe o no un ser superior y omnipotente -que llamamos Dios- que lo trascienda en el tiempo y el espacio. Al respecto, en nuestro mundo occidental, con bases filosóficas, éticas y religiosas provenientes de la Antigua Grecia, de la religión y cultura judía y de los valores cristianos, el tema de la existencia de Dios está resuelto sobre la base de dos conceptos: el amor y la libertad, siendo necesario que ambos pilares se complementen y retroalimenten para que el hombre pueda llegar a Dios. Los cristianos, particularmente los católicos, creemos que Dios nos crea por amor a su imagen y semejanza, y estas dos características son las que nos capacitan e inducen a amarle y buscarle, ya que el amor que llevamos dentro, en nuestro instinto, clama y necesita del Amor que lo originó. Por su parte, el otro pilar, la libertad, Dios nos lo da ya que no era posible crear seres a su imagen y semejanza que no fueran libres, y es por ello que es un ejercicio inútil el tratar de probar que Dios existe, ya que el solo hecho que sea posible demostrar la existencia de Dios limitaría esa libertad otorgada al ser humano, libertad tan completa que incluso permite negar la existencia de Dios. Es por esto que el creer en Dios es finalmente un acto de fe en el que nosotros aceptamos libremente recibir de manera gratuita su Gracia, ya que Él mantiene su promesa de Amor: te quiero aunque tú no quieras que te quiera, te espero hasta que te canses de seguir por tus caminos, te llamo aunque cierres tus oídos a mis ruegos. En otras palabras, Dios no puede actuar sobre nosotros contra nuestra voluntad debido a la libertad que nos dio, siendo el gran desafío de todo ser humano el entregarle nuestra libertad y aceptar, filialmente, que sólo Él sabe que es lo mejor para nosotros. Dios respeta esta condición aun cuando vayamos por los peores caminos, sin embargo; su propia libertad y el infinito Amor por su creación hace que no deje de llamarnos y que tenga los brazos abiertos y la mesa preparada para cuando decidamos volver a su lado. Toda esta reflexión nos permite llegar a dos conclusiones: la primera es que, de acuerdo a los parámetros que tenemos los católicos, debiera ser una pérdida de tiempo el tratar de discutir la existencia o no de Dios, aunque éste sea uno de los temas predilectos de la sociedad postmoderna; a pesar que nuestra pasividad ha llevado las cosas a tal extremo que aquellos que creemos en Dios nos da vergüenza profesar su existencia porque corremos el riesgo de parecer supersticiosos e ignorantes. La segunda conclusión es que en este mundo desdeñoso y pleno de relativismos, está claro que el ser humano ha privilegiado el pilar de la libertad y ha dejado a un lado el pilar del amor, dando así paso a un ser con profundas angustias y frustraciones debido a que su conducta va contra su propio instinto y naturaleza, situación profetizada y diagnosticada por el Padre Kentenich hace ya más de 70 años. ¿Cuál es la solución entonces? La respuesta más inmediata está en que no sacamos nada con profundizar el pensamiento tanto cristiano como schoenstattiano si es que no luchamos paralelamente por tener el estilo de vida que el Padre Kentenich conservó de manera tan preclara a lo largo de su existencia, sobre la base que el amor debe ser demostrado no solamente con palabras, sino también con hechos. El Padre Kentenich, en el "Hacia el Padre" nos resume el segundo de los mandamientos "tan importante como el primero" que refleja su filosofía de vida al decirnos: "Estoy tan entrañable y fielmente unido a ellos, que desde dentro una voz me dice siempre: En ellos repercuten tu ser y tu vida, deciden su aflicción o acrecientan su dicha"

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