Prosumidores

Del producto a medida y artesanal que se ofrecía antiguamente, en el siglo XX se pasó al industrial. Hoy, gracias a las nuevas tecnologías, el consumidor ha vuelto a ser activo: ya no se conforma con lo que le ofrecen y quiere algo personalizado. Sin embargo, hay que tener cuidado con esta sensación absoluta de libertad. ... ...

| Pablo Crevillén Pablo Crevillén

En la sociedad preindustrial, el artesano, en general, fabricaba productos según las indicaciones del cliente que hacía el encargo. Esto cambió radicalmente con la producción en serie. A partir de ese momento, el consumidor podía o no comprar el producto, pero no podía detallar lo que quería, salvo en aquellos limitados aspectos que ofrecía el propio fabricante en función de sus intereses. Recuerdo un libro de un autor español, Julio Camba, que narra un viaje a los Estados Unidos en los años 30 del siglo pasado y descubre la ropa pret a porter. Ello le lleva a pensar que antes el traje lo hacía un sastre para que se adaptara al cuerpo del cliente, mientras que ahora es el cuerpo del cliente el que tiene que adaptarse al traje. Estamos ante productos y servicios en masa para el hombre masa.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, parece que las cosas están cambiando gracias, sobre todo, a las nuevas tecnologías. El consumidor no se conforma con lo que le ofrecen, sino que quiere ser él quien defina el producto final. Estamos ante lo que en un artículo de la prensa de Estados Unidos se llamaba "prosumers", un neologismo mezcla de producers y consumers. Ya no estamos ante un mero consumidor pasivo, sino ante alguien que quiere intervenir en la creación del producto. No se limita a elegir entre A, B y C, sino que quiere A, pero con algunos elementos de B y otros de C. Y todo esto haciendo simplemente un click con el ratón del ordenador. Por ejemplo, hay una página web que permite ir construyendo una muñeca Barbie según los gustos de la niña compradora.

El fenómeno no se limita a objetos. Cada vez se habla más de televisión a la carta. El espectador ya no quiere esperar a ver sus series y programas favoritos cuando lo deciden los programadores de las cadenas, sino configurar su propia programación y en el momento en que él prefiera. En los periódicos en papel, es el director o el consejo de redacción el que decide los asuntos que se van a tratar y cuáles van a ir a la portada. En las versiones on line las visitas de los lectores hacen que determinadas noticias suban a la parte alta de la página o, por su falta de interés, que desaparezcan. Y esos mismos lectores colaboran en la creación de contenidos enviando comentarios, preguntas a los entrevistados, imágenes.

Estamos ante todo un cambio cultural. No sabemos adónde llegará, pues la producción en masa es necesaria para hacer rentable la venta a millones de consumidores. Productos totalmente personalizados son económicamente inviables por el precio que costarían. Cabe plantearse si este cambio será bueno. Es indiscutible que la masificación industrial no es buena para los trabajadores que ven degradado su trabajo a mera pieza de un engranaje y ya hemos visto que tampoco es ideal para los consumidores. Pero esta sensación de libertad absoluta (por otra parte, irreal), sino lleva aparejado un ejercicio de responsabilidad, puede llevar a aplicarla a todos los ámbitos de la vida.

Por ejemplo, una página web (www.ronsangels.com) que subasta óvulos de modelos cuyas fotos se muestran en el sitio. Las pujas van desde 15.000 dólares hasta 150.000. El dueño de la página, Ron Harris, un fotógrafo que trabajaba para revistas de moda y para Play Boy preveía vender óvulos por valor de 2 millones de dólares y él se lleva un 20% de comisión.La compraventa de óvulos no se da sólo en Internet. En el periódico para estudiantes de la Universidad de Harvard, apareció un gran anuncio ofreciendo 50.000 dólares por un óvulo. El anuncio especificaba que la donante debía medir al menos 1m 75 cms, atlética, atractiva y un resultado mínimo de 1400 en el SAT (es un examen estandarizado para el acceso a la universidad).

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