3.3. El P. Kentenich asume la finalidad de Pallotti como tercer fin
P. Rafael FernándezEl P. Kentenich asume la finalidad de Pallotti como tercer fin de Schoenstatt
El P. Kentenich vio en Schoenstatt la posibilidad de resucitar el “Apostolado Católico” en el sentido de Pallotti, dándole a esta obra un nuevo nombre: “Confederación Apostólica Universal” (CAU). El fundador de Schoenstatt afirma que, sin contar con la alianza de amor en el santuario, no se habría arriesgado a asumir esta “obra mamut” de la CAU.
Para el fundador de Schoenstatt, esta obra (la CAU) comprendía “dos alas”: Primero debía tomar cuerpo la Confederación Apostólica al interior de la Familia de Schoenstatt. Schoenstatt está formado por diversas comunidades (las Ligas Apostólicas, las Federaciones y los Institutos Seculares de Schoenstatt) y estas comunidades, animadas por una misma espiritualidad, pero jurídicamente autónomas, debían unir sus fuerzas e iniciativas apostólicas en pos de un apostolado más eficaz y fecundo.
En segundo lugar, Schoenstatt, como “primera ala” de la Confederación Apostólica, debía, de acuerdo a esta finalidad asumida a partir de san Vicente Pallotti, constituirse en el alma y promotor de la reunión y confederación de las obras apostólicas en el ámbito eclesial más amplio.
La importancia de la CAU se hace hoy más actual que nunca antes. El Concilio Vaticano II abrió ampliamente las puertas al apostolado de los laicos y dio impulsos decisivos en relación a una “Iglesia-Comunión”. La “pastoral de conjunto”, los organismos que coordinan las comunidades religiosas (Conferre), las Conferencias episcopales nacionales e internacionales (por ej., el CELAM, en Latinoamérica), la “Acción Católica”, y una serie de otras iniciativas e instituciones, señalan en esta dirección.
Por otra parte, en el orden temporal, son también muchas las instituciones que buscan confederarse uniendo sus fuerzas y buscando caminos que aporten a una mayor eficacia de lo que podría lograr cada institución separada del resto. Así también surgieron las Naciones Unidas, la FAO, etc. En el ámbito de los negocios se da el mismo fenómeno (las transnacionales son un ejemplo de ello).
Todo esto hace más comprensible esta tercera finalidad de Schoenstatt. Según lo dicho, Schoenstatt está llamado, en primer lugar, a mostrar un caso preclaro o ejemplar de la fecundidad que trae consigo la unidad en la diversidad. Debe mostrar que es posible diseñar estrategias apostólicas en común, coordinando la originalidad y fuerzas propias de cada comunidad en bien de la eficacia evangelizadora de la Iglesia. La autonomía jurídica asegura que ninguna comunidad o institución puede asumir un rol que signifique “dominio” sobre otra comunidad: todas tienen los mismos derechos. Pero, por otra parte, esta autonomía no las aísla, sino que, impulsadas por un espíritu común, las mueve a poner sus fuerzas evangelizadoras al servicio del todo. En esto vale plenamente el adagio “la unión hace la fuerza”.
En segundo lugar, Schoenstatt, además de tratar de mostrar en sí mismo un ejemplo de coordinación, debe esforzarse por crear puentes, por ser factor de unidad y coordinación de las iniciativas apostólicas, al interior de la Iglesia. Se trata de animar y de servir, de ser “corazón de la Iglesia” en un espíritu netamente mariano. Cada comunidad debe aportar a esta Confederación su riqueza y carisma propios, produciendo así la unidad en la pluralidad y, a la vez, potenciando la eficacia y fecundidad del apostolado. De esta forma, deben surgir asociaciones, por ejemplo, de comunidades y personas que trabajen en la pastoral familiar, en la juventud, en el apostolado asistencial, etc. Las posibilidades son múltiples y la forma de coordinación, local, nacional o internacional, son también múltiples.
Esta “movilización” de las fuerzas apostólicas hace posible que la Iglesia pueda responder verdaderamente a los desafíos de un tiempo donde “las fuerzas del mal unen sus fuerzas” (Pallotti), donde avanza vertiginosamente la descristianización del mundo, donde el individualismo y la masificación cobran cada vez más terreno. Una Iglesia dividida, una Iglesia donde cada uno está replegado en su propio campo y limitado a sus propias fuerzas, es altamente ineficaz. La Confederación Apostólica Universal, de la cual Schoenstatt quiere ser alma, hará que el horizonte de la evangelización sea promisorio y augure una nueva época en la cristianización de la cultura.