El propósito o examen particular
Buscamos caminos prácticos que nos conduzcan a plasmar en nuestra vida cotidiana nuestro Ideal Personal. El propósito particular o examen particular (ambas expresiones se usan en Schoenstatt para indicar lo mismo) y el horario espiritual, son dos métodos prácticos que constituyen una ayuda eficaz en la realización del Ideal Personal.
P. Rafael Fernández
Buscamos caminos prácticos que nos conduzcan a plasmar en nuestra vida cotidiana nuestro Ideal Personal. El propósito particular o examen particular (ambas expresiones se usan en Schoenstatt para indicar lo mismo) y el horario espiritual, son dos métodos prácticos que constituyen una ayuda eficaz en la realización del Ideal Personal.
En general, cuando actuamos en el mundo de los negocios o en el campo profesional, somos mucho más «pragmáticos» y consecuentes, más concretos y realistas que cuando llevamos a la práctica los ideales cristianos. Se tiene claramente definido el fin que persigue la empresa. Se fijan las metas parciales a conseguir y se controla si estas se han cumplido o no, etc. Sin embargo, no se aplican criterios semejantes en la empresa más importante que tenemos: ser nosotros mismos y realizar el plan que Dios pensó para nosotros.
Tanto el propósito particular como el horario espiritual y los demás métodos complementarios que nos ofrece el sistema de autoformación schoenstattiano, quieren poner en juego nuestra real cooperación con la gracia. Siempre contamos con la ayuda del Señor y de María, nuestra Madre; somos nosotros los que podemos descuidar la tarea de santificarnos por falta de decisión y seriedad en nuestros propósitos.
El horario espiritual y el examen particular quieren asegurar nuestra autoformación de modo que superemos esa «vaguedad» en que generalmente nos movemos y vayamos más allá de los «buenos deseos». Estos medios prácticos crean una especie de «infraestructura espiritual» que asegura un crecimiento orgánico y positivo de nuestra personalidad.
El horario espiritual asegura la organicidad de nuestra vida y, además, que ésta cuente con el alimento necesario para que sea rica y abundante.
El propósito particular, por su parte, es un arma de lucha. Se trata de ponerse activamente en marcha hacia la realización del Ideal Personal, conquistando las actitudes que exige su puesta en práctica.
Como dijimos, examen particular y propósito particular son términos equivalentes en la pedagogía schoenstattiana. (La expresión «examen particular» es tradicional en la espiritualidad cristiana. La expresión "propósito particular" corresponde a la traducción del término alemán "besondere Vorsatzt").
El P. Kentenich integró el examen particular como medio ascético en Schoenstatt, dándole una modalidad propia. Lo puso en relación directa con el Ideal Personal, como un arma de lucha para la conquista del Ideal Personal y no sólo como un medio para ir conquistando las virtudes sistemáticamente y en una secuencia lógica.
Para que el Ideal Personal llegue a plasmar la vida, no debe permanecer en el plano de una pura motivación general. Tiene que convertirse en norma de nuestro actuar concreto. Sería utópico e imposible aspirar a la realización global y simultánea de todos los aspectos que incluye el ideal.
La expresión «propósito particular», acentúa el hecho que ese examen implica un objetivo concreto y definido, y que corresponde a una decisión clara de nuestra voluntad: es un verdadero «propósito» y no un simple deseo o intención vaga e indefinida. Ese propósito se centra en la conquista de una determinada virtud o actitud (no en un acto concreto como podría ser, por ejemplo, rezar la oración de la noche o hacer 10 minutos de gimnasia cada día).Decimos, de "una" virtud o actitud concreta, pues, como reza el refrán popular «quien mucho abarca, poco aprieta». Además, pronto nos desalentaríamos ante nuestros fracasos si tratamos de conquistar a la vez, por ejemplo, la paciencia, el orden, la servicialidad, etc.
Por eso, es preciso ir paso a paso, poniéndonos metas parciales y objetivos que realmente podamos abordar con éxito. En la vida espiritual sucede algo semejante a lo que pasa con la ley de los vasos comunicantes: si se llena de agua uno de los tubos, al mismo tiempo sube el nivel del resto. Nuestra vida espiritual es un organismo: crecer en una actitud, implica que simultáneamente se fortalecen también las otras. Así, por ejemplo, si alguien se concentra en la conquista del espíritu de servicio, al mismo tiempo, luchando por esa virtud, desarrollará el espíritu de renuncia, de iniciativa, de sacrificio, de generosidad, de obediencia, etc. El avance en un frente significa también avanzar en los otros.
Este método de trabajo con objetivos parciales, corresponde también al hecho que nuestro campo conciencial es limitado. No somos capaces de tener siempre todo presente en la conciencia, ni tampoco es necesario. Mientras estamos motivados por la conquista de algo determinado, otros aspectos del ideal quedarán en segundo plano. Luego, orgánicamente y de acuerdo a lo que Dios señale por las circunstancias, nos abocamos a la lucha por conquistar otras actitudes que hasta el momento no habíamos considerado mayormente. Esta concentración y acentuación orgánicas –o «unilateralidad orgánica»– es lo que podemos y debemos hacer, pues «a cada día le basta su afán».
Como señalamos más arriba, el P. Kentenich no sólo pone el examen particular en relación al Ideal Personal, sino, también, sitúa su elección en directa dependencia de la fe práctica en la divina Providencia. Esto significa que la materia del propósito particular no es deducida en forma lógica. Es decir, no se trata de enumerar todas las posibles actitudes que incluye el ideal objetivo de todo cristiano, para luego comenzar a conquistarlas «metódicamente», una tras otra, mediante el propósito o examen particular. Eso podría llevar a una deformación de nuestra personalidad. Es el Espíritu Santo quien, en último término, va guiando sabiamente la realización de nuestro Ideal Personal y su "sistema" no es precisamente rígido o puramente lógico, sino que posee la riqueza y variedad de la vida.
Para elegir el propósito particular tenemos presente lo siguiente: lo importante es que captemos y respondamos a lo que Dios quiere que acentuemos en camino de santidad. Este querer de Dios lo auscultamos a través de la fe práctica en la divina Providencia, tratando de escuchar lo que Dios nos dice a través de
– las «voces del tiempo»
– las «voces del alma»
– y las «voces del ser»
Normalmente consultamos primero las voces del tiempo, que nos manifiestan la voluntad de Dios a través de los acontecimientos.
Dios nos hace señas, nos llama la atención y requiere a través de los sucesos que nos rodean. Circunstancias determinadas en el orden personal, en los estudios, en el trabajo, en el orden familiar o nacional, son signos, que deben ser interpretados a la luz de la fe práctica en la Divina Providencia. Si, por ejemplo, detectamos una situación de especial tensión o incomunicación, tal vez veamos en ello un llamado a cultivar la virtud del acogimiento o, quizá, del orden.
Con el fin de «objetivizarnos», es bueno tomar en cuenta lo que nos piden personas cercanas o bien, las críticas o «correcciones fraternas» que éstas nos hacen. Las «verdades» ue otros nos dicen, a veces nos muestran con mayor claridad lo que realmente necesitamos desarrollar o superar.
Las voces del alma registran las insinuaciones de la gracia en nuestro interior. Dios habla en nuestra alma, nos da impulsos hacia el bien y hace surgir en nosotros determinadas inquietudes.
En la medida que cultivemos la meditación y la oración, se agudizará nuestro oído para discernir su voz y distinguirla de otros ecos que también se escuchan en nuestra alma, como puede ser, por ejemplo, la voz de los instintos desordenados o de las «ganas». Así, por ejemplo, alguien puede percibir reiteradamente en su interior la necesidad de profundizar su vida de oración. Si Dios no le "ha dicho" algo más claro a través de las voces del tiempo, esta voz del alma lo llevará a definir su propósito particular en torno a la conquista de una actitud de oración más profunda en su vida cotidiana.
Por voces del ser, entendemos el orden del ideal objetivo querido por Dios. Es norma de nuestro actuar la Palabra de Dios revelada, la doctrina de la Iglesia, la ley natural. Este orden de ser, referido a aquello que debemos ser, lo hemos concretado en el Ideal Personal. De éste se deducen actitudes o virtudes que necesitamos cultivar o defectos que debemos superar. Por eso, cuando no encontramos una respuesta más clara en las voces del tiempo o del ser, entonces, nos referimos a nuestro deber ser objetivo y centramos nuestro propósito en el cultivo de alguna de las virtudes que nos sentimos llamados a cultivar especialmente por nuestro Ideal Personal.
Lo que aquí explicamos en forma analítica, en la vida real es un proceso simple. Normalmente, en la renovación mensual nos ocupamos de determinar el propósito particular. La mayoría de las veces será relativamente fácil discernir cuál debe ser su objetivo. Una mirada a las circunstancias, el conocimiento de nuestro carácter y el impulso espontáneo de la gracia en nosotros, nos darán la claridad necesaria para ver en qué frente quiere Dios que luchemos con especial ahínco.
El propósito particular que elijamos debe estar íntimamente unido con el Ideal Personal. Ponerlo conscientemente en relación con el Ideal Personal le da sentido y lo motiva interiormente, le confiere fuerza e impulso. Si una persona lucha, con la pura voluntad, por conquistar, por ejemplo, el espíritu de sacrificio o la virtud del orden, pero no une ese esfuerzo con la motivación central del Ideal Personal, pronto perderá su entusiasmo y su vigor o caerá en un "eticismo" o "moralismo" donde la relación personal con el Señor pierde volumen.
El propósito particular debe renovarse periódicamente. Las renovaciones del propósito particular están unidas a la renovación del Ideal Personal. Renovando el propósito particular, aflora nuevamente en nuestra conciencia la decisión de llevar a la vida el Ideal Personal; lo reafirmamos y proyectamos en nuestras actividades. Durante el día normalmente tenemos una oración más larga, donde recapitulamos el día (puede ser en la noche o en la mañana –mirando al día recién pasado-. Las otras renovaciones se caracterizan por ser cortas. Mirar el símbolo de nuestro ideal, repetir lentamente nuestro lema, rezar la oración personal, son ayudas que facilitan la concentración y que permiten llegar a tener estos pequeños encuentros vivificantes con la Santísima Virgen y con el Señor. De ellos sacamos las fuerzas para continuar el camino. Así, en forma sencilla y breve, miramos las horas transcurridas y lo que tenemos por delante, y nos proponemos nuevamente luchar por nuestro propósito.
Por eso, es de gran importancia que la elección del propósito particular esté acompañada de la reflexión y de la meditación. Tenemos que estar vitalmente convencidos de que vale la pena luchar por la actitud que nos proponemos conquistar, pues es lo que el Señor nos pide y porque con ello estamos enriqueciendo nuestra personalidad, dándole una mayor plenitud, cumpliendo con nuestra responsabilidad personal y social.
No basta con que elijamos superficialmente una virtud cualquiera que, de suyo, podría estar conforme con nuestro Ideal Personal. Hay que estar realmente convencido de que el Señor espera de nosotros ahora, en este momento, ese esfuerzo y que con el esfuerzo que hacemos le damos alegría.
Además de meditar la relación interna entre Ideal Personal y el propósito elegido, unimos las renovaciones del Ideal Personal con la renovación del Ideal Personal. Podemos agregar, en este sentido, a la oración del Ideal Personal alguna frase en la cual hagamos referencia al propósito y pidamos al Señor y a María las gracias para realizarlo. Así mantendremos presente la unión entre el propósito o examen particular y el Ideal Personal.
El cincuenta por ciento del éxito del propósito particular radica en la decisión bien tomada. Aquello que realmente se quiere, se consigue, aunque sea necesario una dura pelea. San Pablo decía: «lucho no como dando golpes en el vacío». Esa frase suya también la podemos aplicar en este contexto. De tal modo que si alguien nos pregunta cuál es nuestro propósito particular, en cualquier momento deberíamos poder dar una respuesta clara.
El campo de lucha en el cual se juega nuestro propósito particular siempre debe ser positivo. Es decir, aunque tratemos de superar un defecto, como por ejemplo la comodidad o la superficialidad, lo formulamos positivamente en relación a la actitud contraria, en este caso la lucha por la reciedumbre o por «hacer bien aquello que estoy haciendo». En determinados casos podría formularse en forma negativa, «lucha a muerte contra la flojera», o «no al desorden», pero siempre deberá consonar en ello lo positivo que pretendamos alcanzar.
En muchos casos, para facilitar la conquista de la actitud, es aconsejable concretar y asegurar un punto determinado, poniendo todo el empeño en realizar esa concreción de la actitud en forma ejemplar. Si el objeto del propósito particular se centra en conseguir el espíritu de oración, es bueno agregar, por ejemplo, «para ello voy a realizar en la mejor forma posible las oraciones de la mañana y de la noche». Si queremos ser más recios, concretaremos y aseguraremos nuestro esfuerzo diciendo, por ejemplo, «y para lograr mi meta me propongo levantarme cada mañana a la hora exacta». Una actitud se logra por la repetición de actos que están llenos de valor, que poseen una clara motivación; entonces, la continua sucesión de gotas de agua es capaz de horadar la piedra. Esta "concreción" puntual (que puede cambiar más a menudo), no quita nada al hecho que tratemos de vivir durante todo el día la actitud que queremos conquistar.
Cuando el propósito particular busca la superación de un defecto, es más fácil determinar y controlar esas concreciones. Tratándose de propósitos que positivamente miran al crecimiento y perfección de una actitud, tal vez sea más difícil. En todo caso, el seguro concreto del propósito particular son las mismas renovaciones periódicas.
El propósito o examen particular debe mantenerse por un tiempo prolongado. La autoformación apunta a que logremos actuar espontáneamente según el ideal, es decir, que el
ideal y las actitudes que éste implica actúen «funcionalmente». Aspiramos a que sea espontáneo y natural para nosotros reaccionar y tomar iniciativas de acuerdo al ideal. Ahora bien, para
conquistar un hábito o virtud, se requiere una prolongada repetición de actos saturados de valor. Una repetición mecánica de actos, esto es, desligada del ideal, no crea verdaderas actitudes, sino formas que luego se dejan y son reemplazadas por otras cuando cambian las circunstancias.
Por otra parte, si el acto o esfuerzo que realizamos, a pesar de estar motivado, es sólo esporádico, no alcanza a calar hondo en nuestra alma y, por lo tanto, no deja una huella, no nos
«acostumbramos» a actuar bien.
Por eso, cuando decidimos dar una batalla por conquistar una actitud, entonces debemos disponernos a mantener una lucha prolongada. Un cambio apresurado de propósito dejaría inconcluso nuestro esfuerzo y lo haría infecundo. De ahí que es aconsejable mantener el propósito al menos varios meses, incluso por años.