"Hago lo que puedo"

"Hago lo que puedo", "hice lo que pude"... Estas frases u otras similares en el mismo sentido he escuchado y escucho con cierta frecuencia, y mi verdad es que, aun cuando yo también las digo, ellas me hacen pensar sobre qué tan ciertas son.

Pienso que la mayoría de las veces, a lo menos en mi caso, distan mucho de ser totalmente honestas, y que muchas veces no pasan de ser una simple y cómoda respuesta frente a situaciones que me incomodan, que me sacan de mi tremendo egoísmo.

Llegué a una edad en que ciertas acciones me implican un esfuerzo o una dedicación que va más allá de lo que graciosamente y sin mayor esfuerzo quisiera entregar.

Además, cuando comparo mi conducta con la de otras personas de las cuales aspiro "seriamente" a ser su reflejo, me queda una sensación de la existencia de una enorme brecha, de pobreza en mí accionar.

Pertenezco a una comunidad que tiene como misión el ser un Apóstol permanente en todos los ámbitos de acción posible, y para ello me ofrece una batería importante de medios y seguros cuyo uso me facilitaría el logro de mis anhelos.

Me ofrece modelos a seguir de tal dimensión que su ejemplo llega a ser realmente conmovedor, y sin embargo, vuelve a surgir la útil y justificadora frase.... "hago lo que puedo".

Es cierto que muchas veces no tengo las condiciones para ir a la velocidad y con el ímpetu propio de generaciones más jóvenes, pero pensándolo bien, creo que nadie me pide eso, sino que muy por el contrario, lo que se me pide es hacer lo que tengo que hacer en función de mis capacidades.

Hay veces en que se me invita a colaborar en determinadas tareas y mi respuesta es del estilo de "yo he participado por años, y bien me merezco disfrutar de un año sabático", o bien, "ya he entregado demasiado, pídanle a otros".

Generalmente esas frases en bocas de otros no son tan "abrutadas" y en un inmenso repertorio de excusas se encuentra una disculpa más elegante, quizás socialmente aceptada, pero que finalmente busca evadir el cumplimiento del compromiso sumido libremente.

Es cierto que hay generaciones más jóvenes que vienen con nuevas fuerzas e ideas, pero de lo que he llegado a convencerme es que por mucho y por bien que hagan todos los demás las cosas que queremos hacer, sin mi participación lenta, liviana, de poca exigencia a los ojos de los otros, es imprescindible para satisfacer las necesidades concretas del mundo hoy.

Hay tantas maneras de aportar; concretamente en nuestro Movimiento, la necesidad del aporte al Capital de Gracias es una realidad; si queremos cambiar el mundo, si queremos construir un nuevo hombre para una nueva sociedad, tenemos que entregar a la Mater nuestra parte, y, también podemos hacerlo a plenitud, desde nuestra limitaciones y con la misma eficacia desde nuestro Santuario Hogar.

Así, quizás desde nuestra condición "disminuida" lo nuestro sea similar a la viuda del evangelio, que dio todo lo que tenía.

La vida de oración, por otra parte, considerando que hay congregaciones de religiosas dedicadas por entero a ello, nuestro grano de arena vaya a complementar esa enorme corriente de gracias para la Iglesia.

Y el testimonio de una vida comprometida que es capaz de actuar con alegría hasta el límite de sus capacidades, dice mucho más que miles de buenas palabras, de grandes trabajos físicos, y necesita ser mostrado a quienes llegarán a preguntarse alguna vez, ¿y que hace un schoensttatiano cuando llega a ser mayor, cuando ya no tiene el vigor de la juventud?

El ejemplo de nuestro Padre Fundador que murió cerca de los 83 años de edad, inmediatamente después de celebrar la Eucaristía, pueden motivarme y motivarnos a liberarnos con fuerzas de la tentación de volver a decir, sin justificación en la mayoría de los casos, "merezco un año sabático", "Hago lo que puedo" o bien, "hice lo que pude".