Helados, toros y tolerancia

Si no te gustan los helados de fresa, no los comas, pero no los prohíbas. Con un argumento como éste, apelando a la tolerancia, razonan los partidarios del aborto: "Si no quieres abortar, no abortes, pero no impongas tus convicciones morales a otros". Este argumento confunde dos planos. Aplica a una cuestión moral un criterio de gustos o preferencias. Y da por supuesto precisamente aquello que se discute, es decir, que el feto no es un ser humano. Porque si lo es, el argumento resulta absurdo. Tanto como afirmar que "si no te gusta la esclavitud no tengas esclavos, pero no prives a los demás de la posibilidad de tenerlos", o "si no quieres matar a tu hijo recién nacido, no lo mates, pero no nos impongas tus prejuicios religiosos".

| Pablo Crevillén Pablo Crevillén

Esta perspectiva acerca de la tolerancia resulta todavía más curiosa si tomamos en consideración lo sucedido en España recientemente. Para la tramitación de la Ley que amplía la regulación del aborto, desprotegiendo aún más al feto, se constituyó una subcomisión en el Congreso de los Diputados, en la que los distintos grupos políticos con representación parlamentaria podían invitar a los especialistas que consideraran oportuno,  para que expresaran su parecer sobre este asunto. Sus sesiones no fueron públicas.

Poco después, en el parlamento autonómico (regional) de Cataluña se ha debatido sobre si establecer la prohibición en ese ámbito territorial de las corridas de toros, alegando el maltrato que se inflige a estos animales durante el espectáculo. Para ello se constituyó una comisión para que pudieran comparecer a invitación de los diputados regionales, partidarios y detractores. Sus sesiones fueron públicas.

Así, en la Cámara Legislativa Nacional se constituyó un órgano de rango menor (subcomisión) para discutir sobre el aborto, que el formado en la Autonómica para el debate sobre los toros. En este último se tuvo acceso a las intervenciones de los comparecientes, mientras que en el primero las sesiones se celebraron a puerta cerrada.

Por otra parte, muchos, si no la totalidad de los partidarios de la prohibición de las corridas de toros, lo son también del aborto. Si alguien les hubiera sugerido que si no les gustan los toros, no vayan a la plaza, pero que no impidan el disfrute de los aficionados, hubieran reaccionado con indignación. Dirían que una sociedad democrática avanzada no puede tolerar impasible el sufrimiento gratuito de seres vivos.

Es curioso como muchas veces los que afirman el valor supremo de la tolerancia, dado que no existen verdades absolutas, sólo toleran aquello con lo que están de acuerdo. Sin embargo, la tolerancia es precisamente lo contrario: respetar a todas las personas por el hecho de serlo, pese a que no compartan nuestras opiniones y creencias.

Pablo Crevillén

Madrid, España 2010


Comentarios
Los comentarios de esta noticia se encuentran cerrados desde el a las hrs