HOMILIA EN EL III DOMINGO DE CUARESMA, A UNA SEMANA DEL TERREMOTO

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, 1.Hora de duelo Recorre nuestra Patria un duelo nacional. Era necesario decretarlo. A causa de la furia del reciente terremoto y del consiguiente tsunami, muchas familias y numerosas poblaciones sufrieron la pérdida de personas entrañablemente queridas. Queremos compartir con ellas su llanto y su profundo dolor. Por ellas queremos rezar en esta Eucaristía, y pedir por ...

| Cardenal Arzobispo Francisco Javier Errázuriz Cardenal Arzobispo Francisco Javier Errázuriz

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

1. Hora de duelo

Recorre nuestra Patria un duelo nacional. Era necesario decretarlo. A causa de la furia del reciente terremoto y del consiguiente tsunami, muchas familias y numerosas poblaciones sufrieron la pérdida de personas entrañablemente queridas. Queremos compartir con ellas su llanto y su profundo dolor. Por ellas queremos rezar en esta Eucaristía, y pedir por sus queridos difuntos. El duelo es de todos; es el sufrimiento de esa gran familia que somos. Es realmente un duelo nacional.

 

Nunca habíamos vivido un terremoto tan largo y tan violento, que causara tanta preocupación y tanta angustia, sobre todo a causa de las amenazas de muerte y desaparición de personas, de daños irreparables y destrucciones. Pero más que nuestras impresionantes experiencias en la Región Metropolitana, nos han impactado las situaciones de destrucción y de muerte en regiones mucho más golpeadas que la nuestra a causa del terremoto, de sus réplicas, del devastador tsunami y de las acciones vandálicas que algunos grupos desataron. Nos han impactado las imágenes de tantos chilenos que perdieron familiares y amigos, que regresaron a su propiedad, donde no encontraron nada de su querido hogar, o que lograron ponerse a salvo, con enorme esfuerzo, entre el clamor de quienes morían y a quienes no podían ayudar sin perder la propia vida.

Es cierto, Dios nos regaló un hermoso país, tan hermoso y abundante en sus riquezas naturales como muy pocos. Estamos orgullosos de ser chilenos, y queremos seguir viviendo en nuestra patria. También ciudadanos de otros países han migrado a nuestra tierra optando por ser chilenos. Pero no podemos olvidarlo: vivimos en un país en el cual la tierra se mueve. Algunas veces con inusitada furia. Lo mismo podemos decir de nuestro mar y de nuestros nevados volcanes. Y por eso, un país como el nuestro, cuya población sufre cada cierto tiempo los embates de graves catástrofes naturales, es un país con vocación al trabajo esforzado, a la reconstrucción, a la unidad y a la solidaridad.


2. Hora para la solidaridad

Es lo que hemos visto y destacado en las jornadas subsiguientes al terremoto y que ayer se plasmó en una iniciativa solidaria realmente conmovedora. La improvisada Teletón, dirigida en forma magistral por Don Francisco, duplicó las expectativas. Las donaciones vinieron de todo Chile, también de las zonas más golpeadas. ¡ Impresionante ! Hubo una inmensa generosidad desplegada por miles de voluntarios, por artistas que regalaron su presencia, por la cadena voluntaria de las emisoras de radio y TV, por grandes y pequeños empresarios y por los vecinos que aportaban dinero y víveres para ir en ayuda de los que más sufren. Nos ha emocionado la caravana de camiones que han partido a las zonas más devastadas. Y al final, un abrazo de todos, encabezados por la Presidenta Bachelet y el Presidente Electo que, sosteniendo la bandera nacional, nos hicieron ver y sentir que ante la tragedia Chile se une y solidariza, olvidando todas las diferencias y las luchas. ¡Bendito sea Dios !

Esta Teletón nos llenó de una legítima satisfacción pues casi todas las donaciones van a Fundaciones de Iglesia que han encabezado el trabajo de emergencia, cada una según su especialidad. Me refiero a Caritas Santiago y Caritas Chile, al Hogar de Cristo, a Un Techo para Chile, y a Trabajo para un Hermano. Para cada una de ellas nuestra gratitud y la sobreabundante bendición de Dios, que imploro de corazón con todos ustedes, queridos hermanos. Esto ha sido una impresionante experiencia de nuestra vocación de discípulos misioneros. Con el P. Alberto Hurtado hemos reconocido que las innumerables víctimas de esta catástrofe ¡son Cristo! Y por Cristo no podemos restarnos ni hacer menos. Con El queremos que Chile sea una Casa y una Mesa para todos, como reza el lema de la Iglesia para este bicentenario.

Con ese espíritu de solidaridad, el Gobierno despliega todos sus medios y sus esfuerzos para aportar seguridad y garantizar lo más necesario para vivir. Nuestras Fuerzas Armadas y de Orden, nuestros bomberos y tantas otras instituciones trabajan intensamente. De manera incansable se acercan los Obispos, los sacerdotes y las religiosas a los más necesitados, como también muchos servidores públicos y trabajadores que atienden servicios básicos. Todos ellos han tenido la grandeza de dejar de lado y postergar los dolores propios causados por esta tragedia para estar a disposición de la Comunidad. De semejante manera se ha manifestado y crece la solidaridad de miles de voluntarios, de jóvenes que parten a ayudar y que buscan los lugares más necesitados. Nos conmueve saber de la solidaridad de las empresas y de sus empleados, de municipalidades, de numerosas universidades y colegios, de la Vega Central de Santiago, y de Juntas de Vecinos. A todos ellos va nuestra gratitud, como también a las comunidades parroquiales y seguramente de otras confesiones que han tomado valiosas iniciativas. Nuestra gratitud traspasa las fronteras y se dirige en primer lugar al Santo Padre que reza por nosotros, nos alienta y nos bendice, como también a las Conferencias episcopales y a los Obispos que nos escriben, y a la Comunidad Internacional que viene en nuestra ayuda, y demuestra que siempre es mucho más lo que nos une que cuanto nos separa.


3. Hora de conversión

Junto a esta enorme actividad solidaria de la primera hora - ya vendrá la reconstrucción - surgen preguntas desde el corazón de mucha gente. Son las preguntas que providencialmente nos trae el Evangelio de hoy: "¿quién pecó para que esto sucediera?". Y la respuesta de Jesús no se deja esperar: esto no sucede por el pecado de algunos. Hay acontecimientos dolorosos que se deben a la decisión de quienes se erigen como señores de la sangre, Herodes en su tiempo, o bien, a tragedias imprevistas, como la torre de Siloé que cayó sobre los obreros que la construían.

Dios no es un Dios de muertos. Él es un Dios de vivos. Y por eso, así como en los versículos anteriores Jesús nos pide aprender a leer "los signos de los tiempos", ahora nos invita a leer los signos de estas tragedias para sentir desde el fondo del corazón la única llamada importante: ¡conviértanse y vivirán! Es decir, vuelvan sus corazones a Dios, que es la fuente de la vida, el amor y la paz, y vuelvan sus corazones a los hermanos, cuyo rostro nos habla de Cristo. Dios es misericordioso: siempre espera nuestra conversión, como lo expresa en esta Evangelio la parábola de la higuera. Y la conversión a Jesús y a su Evangelio, es siempre fuente de amor, de justicia, de fraternidad, es decir, de Vida plena para todos.

Es muy claro: no podemos compartir las acciones vandálicas y egoístas de algunos, superadas con creces por la solidaridad multifome de la inmensa mayoría. Unos y otros nos recuerdan la gran tarea que tenemos por delante como discípulos misioneros de Jesucristo, que aman la vida en Cristo de nuestro pueblo y buscan que nadie viva sin hogar, sin escuela, sin trabajo y sin bienestar, y trabajan para que todos desistamos de hacer a los demás lo que no queremos que ocurra con nosotros, y que todos les procuremos a los demás, lo que más esperamos para nosotros.

Queremos construir sobre roca y no sobre arena: sobre la Roca viva que es Cristo y su palabra, sobre Él que es nuestra Vida y la Esperanza de nuestra Patria. Por eso sentimos la urgencia de levantarnos como un pueblo unido, fraterno, creyente y solidario que en tantos lugares de nuestro territorio ve a Cristo sin casa, sin ropa, sin alimentos, sin bebida y sin consuelo. Queremos levantarnos y reaccionar para ayudarlo. Al hacerlo, escuchamos la promesa de Jesús: Él nos abrirá un día las puertas a la casa de su Padre, porque lo socorrimos cuando estaba tan necesitado. Son las puertas misericordiosas cuya apertura imploramos para tantos queridos difuntos en esta hora difícil de nuestra Patria.


4. El Evangelio de Chile

Esta misma decisión, tan evangélica, la hemos querido simbolizar en el "Evangelio de Chile" que hoy hemos entronizado en la Liturgia de la Palabra. Éste ha sido escrito a mano por miles de hermanos y hermanas, en medio de la oración de cientos de comunidades que creen en la Palabra de Dios a lo largo y ancho de Chile: también en Isla de Pascua, también en la Antártica... La escritura de este libro plasma la fe de los cristianos de la Iglesia Católica, de la Iglesia Ortodoxa de Antioquía, de Comunidades Evangélicas con voluntad ecuménica, y también de la Comunidad Judía que ha escrito el libro de los salmos. Es nuestro regalo para el bicentenario de Chile y la reconstrucción del país.

Con este gesto queremos expresar la decisión de hombres y mujeres de fe que piden la gracia del Espíritu Santo para construir sus vidas sobre el fundamento sólido de la Palabra de Dios. Ella penetra nuestros oídos y llega a lo más profundo del corazón. Ella tiene la virtud de develar los sentimientos más recónditos del alma humana de tal manera que lo bueno sea fortalecido y lo malo, purificado y convertido. Ella no es sólo una palabra, un concepto, pues en la plenitud de los tiempos los cristianos sabemos que el Verbo se encarnó en las purísimas entrañas de la Virgen María y se transformó en nuestro hermano y salvador. Por eso a Jesucristo lo llamamos Palabra de Dios. San Pedro, lleno de admiración, lo reconoció y confesó con toda claridad: "¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna".

Por eso, comenzar una peregrinación por toda nuestra larga y angosta geografía con este ejemplar, con el Evangelio de Chile, llevado por la imagen de María Santísima, la Virgen del Carmen, es un desafío que Dios nos hace a todos los chilenos:

¿ Quieres construir y reconstruir sobre Roca?
- Escucha la Palabra de Dios, encuéntrate con Jesucristo en la Palabra de Dios, medítala, deja que ella sea el faro de tu vida y la luz de tus pasos.
¿ Quieres construir y reconstruir sobre Roca?
- Pide la gracia de no ser oyente olvidadizo de la Palabra de Dios, sino acoge y honra la Palabra de Dios, ponla en práctica, pues las palabras de Dios hecha carne, nos revelan el rostro y el corazón de Dios y la verdad más profunda de la vida humana.


En este año del bicentenario esta peregrinación la haremos, entrando de corazón en la Escuela de María que entregó su vida entera para encarnar las palabras de Dios, y para acoger, amar y cuidar a Jesús, Palabra de Dios. A ella le imploramos en este templo, en el cual un 14 de marzo de 1818 los Padres de la Patria le prometieron un santuario, el santuario de Maipú, si ella los ayudaba a ganar la independencia, a triunfar. Es lo que ahora le pedimos: vencer en las dificultades del presente, con ánimo filial y fraterno, y ser santuarios vivos de la presencia de Dios -cada uno de nosotros, nuestras comunidades y cada una de nuestras familias-, santuarios abiertos a todos los que buscan la cercanía de Dios, y con ella, verdad, vida y misericordia.

La madre de Jesús fue capaz de pasar las horas más amargas de su vida de pie junto a su Hijo escarnecido en la Cruz. Así solidarizó con El cuando moría en el Calvario. Así solidariza con nuestros sufrimientos cuando peregrinamos a sus santuarios. Que ella nos enseñe a acompañar a nuestros hermanos, golpeados por el terremoto y el tsunami, a compartir su dolor cuando lloran a sus difuntos, y a dar, como decía san Alberto Hurtado, hasta que duela.

Queremos ser cercanos y solidarios con los que tanto sufren, así como lo es el Señor Jesús con todos nosotros, sus hermanos. Les deseo de corazón que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo los bendiga siempre con su inagotable generosidad y su paz.


Francisco Javier Errázuriz
Cardenal Arzobispo de Santiago


Santiago, Marzo de 2010

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