La familia como escuela de virtudes

  Parece obvio que la familia sea la primera institución en la que el hombre aprehende los valores. Puesto que el hombre es un ser social por naturaleza, lo normal es que su primer contacto con la sociedad sea la familia, y por lo tanto que de allí capte los valores que se requieren para vivir en sociedad. Ahora bien. Lo obvio ha dejado paso a las inseguridades más absolutas. Nunca ninguna época ha llegado a cuestionar tanto los valores y los fundamentos de la sociedad como la nuestra. Y al hablar de época me refiero, claro está a la posmodernidad. Preguntémonos lo siguiente: ¿Qué es la familia? ¿Cómo está compuesta? ¿Hay familia natural?  ¿Qué son las virtudes? ¿Hay virtudes naturales? ¿Qué es la naturaleza? O mejor: ¿qué es lo "natural"?...

| Cecilia Sturla (Argentina) Cecilia Sturla (Argentina)

Parece obvio que la familia sea la primera institución en la que el hombre aprehende los valores. Puesto que el hombre es un ser social por naturaleza, lo normal es que su primer contacto con la sociedad sea la familia, y por lo tanto que de allí capte los valores que se requieren para vivir en sociedad.

Ahora bien. Lo obvio ha dejado paso a las inseguridades más absolutas. Nunca ninguna época ha llegado a cuestionar tanto los valores y los fundamentos de la sociedad como la nuestra. Y al hablar de época me refiero, claro está a la posmodernidad.

Preguntémonos lo siguiente:

¿Qué es la familia? ¿Cómo está compuesta? ¿Hay familia natural?  ¿Qué son las virtudes? ¿Hay virtudes naturales? ¿Qué es la naturaleza? O mejor: ¿qué es lo "natural"?

Como verán, resulta dificultoso en los tiempos que corren responder esas preguntas. "La familia como escuela de virtudes". ¿De qué familia y de qué virtudes hablamos? ¿Las mías, las suyas... las de quién?

Es imposible hablar de familia y de virtudes sin antes hacer una referencia a lo que entendemos hoy por hoy sobre esas palabras y por ello es necesario remontarse a los fundamentos metafísicos para resolver esas cuestiones.

La familia constituye la base fundamental de la sociedad. Vale decir: allí donde hay un todo social, hay familias que lo conforman. Con lo cual queda establecido el primer principio: la familia constituye la sociedad y no la sociedad a la familia. Muchos principios se derivan de éste: el Estado es posterior a la familia, por lo que debe velar por ella asegurando leyes que la fortalezcan y la enriquezcan de modo tal que sus miembros puedan participar activamente de la vida del estado mismo.

Por lo tanto si buscamos una sociedad más humana y justa, es preciso forjar hombres más humanos y más justos, y estas virtudes se adquieren en un primer momento en la familia misma.

Todos sabemos de la importancia de la familia y de su influencia en el todo social. No se discute nunca el valor de la familia en sí... lo que discute nuestra época es su constitución, pero no su valía. Es decir: si forman o no una familia los homosexuales en una relación de hecho, y si al adoptar a un niño conforman "familia". Lo indiscutible es que es en las familias donde adquirimos nuestro primer contacto con la realidad y con el entorno o mundo circundante.

"El orden del ser determina el orden del actuar". Allí tenemos nuestro primer principio metafísico. Vale decir: Mi obrar, todos mis actos responden a lo que yo soy, razón por la cual podemos hablar de actos propiamente humanos. Todo lo que yo realice lo voy a realizar de acuerdo a mi constitución más primaria. Es por eso que podemos hablar de una ley natural.

Pero claro. Como dijimos anteriormente, lo obvio ha desaparecido y no podemos dejar nada librado a suposiciones. Afirmando la ley natural, afirmo también que toda la realidad está sujeta a ese orden, y si pervierto ese orden, se pervierte el orden de todo lo real. Pervierto el orden de lo real, cuando no respeto lo que las cosas son y quiero imponer lo que yo quiero que sean las cosas. Con un ejemplo sencillo: si yo quiero comer puré de papas, necesito limitarme a pisar papas, no puedo comer puré de papas pisando manzanas, porque entonces no obtendré puré de papas sino de manzanas. En el orden metafísico para algo similar. Si yo quiero realizar determinado acto, me tengo que limitar a lo que mi naturaleza me permite. Me encantaría volar como los pájaros, pero mi naturaleza no me lo permite, por lo que si quiero volar, probablemente me tenga que tomar un avión o un helicóptero, pero no me puedo tirar de un precipicio para salir planeando con mis brazos, porque probablemente termine mal.

Algo que parece tan elemental hoy se lo cuestiona. Volvamos a la pregunta: ¿existe la ley natural? ¿Existe "lo dado"? ¿Hay virtudes perennes o más bien cuando hablamos de "valor" y "virtud" lo hacemos de acuerdo a los valores de la época?

¿Por qué es preciso delimitar tanto las virtudes? Porque caso contrario corremos el riesgo de tomar como valor algo que no lo es: ¿es un valor la elección del sexo? Nuestra época diría que sí, y que ese valor está enraizado en la libertad. Si el hombre es libre puede hacer lo que quiera. ¿Lo ven? Notamos cómo algo que parece absurdo cobra dimensionas tan vitales hoy día.

Entonces ¿qué son las virtudes?

virtus, utis. (de vir). f. Conjunto de cualidades que dan al hombre o a los demás seres su valor físico y mo­ral; carácter distintivo del hombre, cualidad característica, índole propia de un ser, naturaleza, mérito esencial, facultad de obrar, actividad// cualidades morales; virtud; perfección moral, amor y práctica del bien.

En su etimología, la palabra virtud hace referencia a dos aspectos principales: la naturaleza (carácter distintivo del hombre) y a la facultad de obrar.

Recuerden aquello de que el orden del ser determina el orden del actuar. Porque uno actúa según lo que es. Y este "es" hace referencia a la esencia, a la naturaleza misma. Las virtudes son naturales pero también adquiridas. Es por ello que la familia juega un rol principal en la transmisión de los valores. Porque el hombre se hace más hombre no sólo por seguir su naturaleza, sino por ir perfeccionándola a través de los hábitos.

No podemos hablar de virtud, sin hacer referencia a la fuerza que debe tener el hombre para lograrla. Y se logra con ayuda. De la misma manera que a caminar se aprende caminando, a ser bueno se aprende... haciendo obras buenas. Pero para realizar obras buenas, el hombre necesita que le vayan mostrando esa línea a veces demasiado sutil que existe entre el bien y el mal.

Para que un niño aprehenda los valores en una familia es necesario que sea encaminado hacia esos valores por sus mayores. Si de formar hábitos se trata, por más que las predisposiciones están en la naturaleza si no se las encamina, todo queda en pura potencialidad, sin poder realizarse, sin actualizarse. Es imposible hablar de educación en los valores sin un referente real y concreto de estos valores o virtudes. De allí la profundidad del concepto aristotélico: a la predisposición natural se la debe conducir hacia su fin último, y esta conducción se realiza a través de los actos concretos por personas concretas que hacen que un niño adquiera el hábito de hacer el bien. La causa ejemplar es fundamental en la ética. Por ello es que los valores son "tradicionales", vale decir: se "traen" (del latín "tradere") de una generación a otra. Sin referencia a lo real, a lo que podemos captar "hic et nunc", sería casi imposible para la inteligencia humana abstraer conceptos tales como "bien", "valor","virtud", "esfuerzo", "libertad",etc.. Lo bueno lo conocemos porque se nos ha mostrado, se nos ha guiado. ¿Cómo distinguimos el bien y el mal? Sencillamente porque nos lo muestran. ¿Y cómo sabemos que lo que nos muestran está bien? Porque en definitiva, la naturaleza del hombre ya tiene una predisposición que hace que se encamine hacia ese bien ya anhelado. Algunos lo llaman "conciencia" o "voz interior", pero esto es tema de otro panel. Lo cierto es que está allí en lo más recóndito del hombre.

Ahora bien: ¿cómo llega el hombre a negar entonces que haya valores perennes? Para responder a esa pregunta, necesitamos hacer una referencia a la posmodernidad y sus supuestos metafísicos.

La posmodernidad es una corriente filosófica que siguiendo con los presupuestos de la modernidad, los lleva a su total cumplimiento y exacerbación. Si la modernidad proclama la autonomía del sujeto con respecto a Dios y a las leyes naturales (deísmo), valiéndose de la razón como constructora de mundos, la posmodernidad, luego de constatar en el sangriento pasado siglo el precio de esa independencia y del resultado donde lo llevó su excesiva confianza en la razón (pensemos en Auschwitz o en Hiroshima), proclama que la realidad es absurda porque el hombre no la puede entender. Y si no se puede entender, el "entendimiento" carece de sentido en sí mismo, debilitándose, perdiendo consistencia, puesto que si la inteligencia no puede alcanzar la verdad ¿qué sentido tiene? Esto da por resultado el llamado "pensamiento débil" y  con la debilidad del pensamiento que no puede aprehender nada llega la debilidad del ser y con el debilitamiento del ser llega el debilitamiento de todas las estructuras humanas. Los autores posmodernos dan cuenta de esta disolución del ser: estamos en la "era del vacío", como dice Lipovetsky, porque se ha matado la realidad y se la ha metamorfoseado en simulación. A la proclamación de Nietzsche que Dios ha muerto, el hombre en la actualidad se ha hecho consciente que no es Dios quien ha muerto sino que es la misma realidad quien ha sido asesinada. Como dice Braudrillard, vivimos en la era de la simulación porque lo real desapareció, y quien vea algún capítulo de Gran Hermano sabe a qué me refiero. La vida se ha mediatizado de tal forma que cada vez se complica un poco más distinguir lo real de lo mediático. Las instituciones humanas van perdiendo significación (¿a qué ser o verdad representan si no hay ni ser ni verdad?) y comienza entonces la parodia de esas mismas instituciones. La parodia de la religión, de la política, de la filosofía, del matrimonio y de la familia. Y allí donde la familia se transforma en "simulacro" porque nadie cree en ella, no queda en pie ninguna institución porque es en la familia donde se adquiere el hábito del respeto y donde se toma contacto con la autoridad y luego con la sociedad toda. Cuando los valores fundantes se pierden en el horizonte de la familia, ésta cae por su propio peso, porque nada la sostiene.

Por lo que si hablamos de familia como escuela de virtudes, es porque podemos sustentar  a estas virtudes en un principio trascendente. No es que en nuestra época no haya virtudes, sino que están como locas en un frenesí descontrolado, puesto que las instituciones en las que se suponía debían ser trasmitidas, han caído y perdido credibilidad. Lo que antes se consideraba como "obvio" (pareja como hombre-mujer, padre y madre en matrimonios para toda la vida, etc.) hoy ya no se puede admitir. Nada es "dado", todo depende de las corrientes anímicas de la época y del pueblo. La naturaleza, lo natural, se ha perdido. En el orden metafísico: la negación de la ley natural implica de suyo la afirmación de valores creados por el hombre que no dependen del objeto, sino que son construidas por el sujeto o la sociedad. Pasamos del plano natural al artificial. Lo que afirmo no es la naturaleza como algo independiente del sujeto, sino que esta "naturaleza" es construída por el hombre. Con esto lo que logramos es la negación de la esencia y con esa negación obtenemos la disolución de todo límite que tiene el ser. Eliminada la esencia, "lo que es" queda abandonado a todas las posibilidades, es decir, puede ser cualquier cosa, porque las cosas no tienen límites propios. La actual teoría del género postula en este punto su fundamento principal: se habla de "deconstruir" los valores tradicionales porque ellos no son otra cosa que "construcciones culturales y epocales y por lo tanto arbitrarias". No se es más lo que se es, sino lo que se quiere ser. Es el sujeto quien construye los fundamentos, no quien se adapta a lo creado y a partir de allí actúa utilizando su libertad.

Es evidente que esta corriente filosófica tiene sus consecuencias más cercanas en la realidad familiar. Si la virtud no es otra cosa que la naturaleza que tiende a su propia perfección a través del hábito, nos encontramos que en un esquema donde no hay naturaleza, es imposible que las virtudes se fundamenten en valores perennes, por lo tanto la educación no va a estar centrada en desarrollar lo propio de cada persona desde lo más profundo del ser, de ese ser que espontáneamente tiende al bien, sino en imponer estructuras de pensamiento e ideologías que imperen en determinada sociedad y contexto histórico. Los valores de una sociedad y las virtudes pasan a ser "epocales". Nada hay seguro, los principios rectores de la vida familiar caen de suyo, porque en definitiva los valores dependen de cada familia y de cada sujeto. Nos conformamos con educar en lo formal, en lo epidérmico, pero no nos animamos a conducir al niño en lo profundo: las cosas son y se las debe respetar: las virtudes son hábitos que exigen esfuerzo y constancia, y sólo a través del esfuerzo se pueden alcanzar en alguna medida. La escuela de virtudes reside en los casos preclaros, en lo vivido diariamente, y no en lejanos ejemplos de santos de altar. Lo dice el viejo y querido refrán popular: "Las palabras convencen, los ejemplos arrasan"

 

Es en este marco social en el cual debemos afirmar los valores y las virtudes no como meras construcciones del sujeto, sino como fuerzas que provienen del mismo ser del sujeto. Ni el hombre ni la familia son imposiciones o construcciones sociales, puesto que las mismas tienen su origen en la familia. Las virtudes, lejos de ser "hombres empequeñecidos", como sostuvo Nietszche, son el fundamento vital de la vida humana. No hay cambio social posible sin familias que eduquen con determinación y vocación de servicio en las virtudes. No hay valores posibles sin padres que vivan preclaramente esos valores que quieren lograr en sus hijos.

José Kentenich, en su profética visión intelectual y vital, llega a sostener que el matrimonio siempre ha sufrido debilidades que lo han afectado, pero es en estos tiempos  mucho más profunda su crisis al reconocer estas debilidades como una nueva realidad que exige nuevas formas y que como consecuencia lleva a una nueva concepción de la vida matrimonial y familiar. "En todos los tiempos han habido debilidades humanas en el matrimonio y en la familia. Pero, no en todos los tiempos se han destruído y confundido los valores matrimoniales como ahora.  Y tal vez no existe época que haya reemplazado por ídolos los ideales matrimoniales y familiares como lo hace la nuestra. Como auténticos conocedores del hombre y del tiempo, adivinan Uds. cómo ha podido acontecer  esta trágica transmutación e inversión de valores. Cuando tenemos dificultades en la vida, existe el peligro enorme que consideremos la realidad como fundamento último y que rebajemos los ideales a esa realidad."

Si la realidad nos es adversa, corremos el peligro de caer en que lo adverso es lo que tiene que ser, y abandonamos los principios en los cuales se fundamenta esa realidad, principios que, volvemos a repetir, no están en los caprichos de cada persona, sino en las cosas mismas, en lo creado.

Si no nos esforzamos por educar hombres y mujeres heroicos, los valores corren el riesgo de ser arrastrados por las corrientes de la época.

Estos tiempos posmodernos no pueden ni deben ser vistos con pesimismo derrotista. Antes bien, son un camino hacia la reconstrucción de los valores en los cuales se ha fundado toda la cultura occidental. Estos tiempos urgen a las familias a tomar el timón de la historia porque, como decía Kentenich, cada hombre es protagonista de historia, y no mero espectador. La crisis de los valores se revierte afirmando los mismos, no atacándolos ni teniendo una postura apologética frente a ellos.

En una sociedad donde se llega a debatir la posibilidad del aborto, en una sociedad embotada de lo banal y superfluo, es donde debemos fijar la mirada en los últimos principios para no desorientarnos. Porque también somos hijos de nuestra época, y quizás más que nunca debemos responder a ella encausándola con actos heroicos hacia su plenitud. Para que las familias sean verdaderamente escuela de virtudes, es preciso buscar esas virtudes y trabajar en el esfuerzo de encarnarlas en cada uno de nosotros. Porque los valores no encarnados se transforman en ideologías manejadas por el poder de turno. Y si las familias se afianzan en el orden del ser, nadie podrá contra ellas. Nuestro tiempo nos urge. Es preciso que le devolvamos al hombre toda su trascendencia. Y esto lo vamos a lograr encarnado los valores. No señalando a los culpables de la tremenda crisis moral. Porque en definitiva, la sociedad está compuesta por cada uno de nosotros, y cada uno de nosotros debe hacerse responsable de sus actos y la influencia de los mismos en la sociedad entera.

El hombre nuevo en la nueva comunidad no es un hombre que se deja arrastrar de manera impávida frente al profundo desorden del ser, tampoco es aquel que huye de la realidad generando nuevos "ghettos". Es aquél que asume su responsabilidad en la historia participando activamente desde su lugar propio. Por ello si luchamos por una sociedad más justa, es en la familia donde debemos empezar la educación en las virtudes.

 

 

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