La internalización del Ideal Personal
Vivir y plasmar nuestro ser y actuar según el Ideal Personal implica un trabajo de autoformación que sólo concluye con el término de nuestra vida.
P. Rafael Fernández
Vivir y plasmar nuestro ser y actuar según el Ideal Personal implica un trabajo de autoformación que sólo concluye con el término de nuestra vida. Requiere revestirnos del «hombre nuevo» creado según Cristo Jesús y librar una lucha planificada y permanente contra el «hombre viejo»
que "llevamos puesto" a partir de las consecuencias que han dejado en nuestra persona el pecado original y nuestros pecados personales.
La vida cristiana es un combate, supone una constante conquista, porque el «Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan». Dice el Señor: «A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más». En verdad, Cristo espera que crezcamos, que demos fruto, que multipliquemos con nuestro trabajo los talentos que nos ha regalado.
Todo el esfuerzo por crecer en la conquista del ideal se guía por la divisa: «Nada sin ti, nada sin nosotros». Es decir, aspiramos a la más alta perfección poniendo en juego todo nuestro empeño, pero teniendo conciencia de que incluso ese empeño es un don de la gracia, pues sin él nada podemos. El mero esfuerzo ético nunca nos conducirá a la meta. Es el Señor quien nos redime y libera, él quien completa la obra que ha comenzado en nosotros. Es María, nuestra Madre y Educadora, quien implora constantemente para nosotros su gracia. Este convencimiento imprime a nuestra lucha por el ideal una victoriosidad y esperanza que nos animan constantemente a seguir el camino que señala nuestro ideal y a emprenderlo cada día de nuevo, a pesar de los múltiples fracasos y caídas.
Tener presente y recordar siempre de nuevo el Ideal Personal, muestra nuestro auténtico anhelo de cumplir su voluntad y responder así a la vocación o misión personal que él nos ha confiado.
Esto lo logramos, primero, valiéndonos de medios concretos para mantenerlo presente, y, segundo, tratando de aplicarlo y plasmarlo en nuestra vida concreta.
Lo primero lo logramos a través de las renovaciones del Ideal Personal y, lo segundo, a través de la práctica del examen particular y del horario espiritual.
Las renovaciones del Ideal Personal
Cuando Moisés promulga la ley de la Alianza, dice al pueblo de Israel:
Escucha, Israel. Yahvéh nuestro Dios es el único Yahvéh. Amarás a Yahvéh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos: las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.
El esfuerzo que realizamos por concientizar o internalizar nuestro Ideal Personal, con el fin de mantenerlo presente en nuestra mente y en nuestro corazón, es semejante al que pide Yahvéh al pueblo de Israel a través de Moisés.
Somos hombres débiles, con facilidad perdemos de vista al Dios de la alianza y olvidamos nuestros ideales. La fuerza de los instintos desordenados, el bullicio del mundo que nos rodea, o el activismo, acallan en nosotros la voz del ideal: terminamos perdiendo nuestro norte: poco a poco se desvanece nuestro núcleo más íntimo. De ahí que, si no existe una concientización permanente y planificada del Ideal Personal, terminaremos perdiéndolo de vista. El olvido natural, los cambios de nuestro estado de ánimo, las múltiples motivaciones que nos acosan por todos lados, acaban borrándolo de nuestra mente.
Un primer paso en esta línea, es haber logrado expresar el ideal en un lema y/o símbolo y haber formulado una oración del Ideal. La meta es que esa formulación o símbolo realmente capten todo nuestra alma. Cuando definimos por primera vez el Ideal Personal, decimos que «tenemos» un Ideal Personal. Pero, aspiramos a algo más: quisiéramos lograr que, más allá de «tener» un Ideal, estemos «poseídos» por el ideal.
«Estar poseído» por el Ideal significa que éste ha captado y puesto en movimiento todo nuestro entusiasmo, nuestra vitalidad consciente e inconsciente, que se ha convertido como en una «segunda naturaleza» para nosotros, de tal manera que actuamos no sólo reflexiva sino espontáneamente en el sentido del Ideal. Lograr esta meta es producto de nuestro esfuerzo, del «actuar a propósito» (es decir, de actos conscientes y concretos en esta dirección). Más allá de esto, en último término, es un regalo de la gracia del Espíritu Santo que actúa en nosotros y nos «posee» desde adentro. Con el correr del tiempo, el Ideal Personal estará "funcionalmente" presente en nuestra alma y guiará así ("funcionalmente") nuestras decisiones y nuestro actuar.
Las siguientes prácticas (en el sentido del "actuar a propósito") son una ayuda eficaz para hacer presente, en nuestra mente y en nuestro corazón, el Ideal Personal:
– renovaciones frecuentes del Ideal,
– revisión de los acontecimientos a la luz del Ideal Personal,
– programación de acuerdo al Ideal,
– hacer del Ideal Personal un criterio de decisión, y
– convertirlo en fuente de nuevas iniciativas.