Terremoto y Tsunami en Chile

Cuando suceden acontecimientos terribles como el terremoto y posterior tsunami que hemos sufrido en el Chile central (donde vive la mayoría de la población del país), uno queda sobrecogido. En primer lugar está la experiencia límite de sentir que hasta ahí no más llegó la vida. Eso lo experimenté yo con mi señora, y todos los amigos y hermanos con quienes he conversado posteriormente. Luego, ver la fragilidad de nuestras vidas y de todo lo que tenemos y hemos construido, y la impotencia humana ante la naturaleza: fuerzas devastadoras sobre las cuales no tenemos ningún control, y mientras más fuerte se sentía el ...

| Juan Enrique Coeymans Juan Enrique Coeymans

Cuando suceden acontecimientos terribles como el terremoto y posterior tsunami que hemos sufrido en el Chile central (donde vive la mayoría de la población del país), uno queda sobrecogido.

En primer lugar está la experiencia límite de sentir que hasta ahí no más llegó la vida. Eso lo experimenté yo con mi señora, y todos los amigos y hermanos con quienes he conversado posteriormente. Luego, ver la fragilidad de nuestras vidas y de todo lo que tenemos y hemos construido, y la impotencia humana ante la naturaleza: fuerzas devastadoras sobre las cuales no tenemos ningún control, y mientras más fuerte se sentía el terremoto, y uno decía ahora va a parar, más se aceleraba el movimiento creando una angustia apocalíptica.

 

Lo tercero, la pregunta terrible: ¿Por qué Dios permite o quiere que sucedan estos acontecimientos en que tanta gente inocente sufre y muere? ¿Qué querrá decirnos Dios con todo esto? Porque no puede haber sucedido por simple azar, ya que éste no existe para nosotros los creyentes.

Lo primero que Dios probablemente nos quiere decir es que estas catástrofes hay que mirarlas siempre a la luz de la eternidad. Vivimos una vida y una realidad ficticia: como si esta fuera la única vida, como si nuestro destino fuera ser eternos aquí en la tierra. La muerte la miramos como algo lejano. A la luz de la eternidad, muchas aristas se desvanecen, y muchas preguntas se licúan.

Así mismo, la pequeñez que uno siente es un regalo y una gracia de Dios para vernos con veracidad: somos pequeños, limitados, vulnerables. Somos creaturas. Y es saludable que reconozcamos nuestra "creatureidad" para basar nuestra seguridad, no en nosotros, sino en quien nos llamó a la vida por amor y misericordia para querernos eternamente.

Finalmente, la pregunta acerca de por qué Dios permite que sufra gente inocente, no tiene respuesta en este tiempo de nuestra vida. Es un misterio. No podemos entenderlo, pero no porque no lo entendamos vamos a decir: "Dios es malo o Dios no tiene misericordia". Solo en la perspectiva del amor y la confianza ilimitada en Dios, empezaremos a avizorar respuestas a nuestra interrogante.

Con nuestro padre fundador decimos siempre:

Aún cuando el Padre
permite sufrimientos,
el hijo los sabe asumir dentro del amor,
besa la mano que sostiene su destino,
y en oración permanece vuelto hacia El.

Nunca hace como el perro,
que muerde con rabia
la piedra que bruscamente lo saca del reposo;
descubre tras cada piedra
la amistosa mano del Padre,
que lo invita a ir hacia el hogar.

Este terremoto, que nos recuerda la fuerza de la naturaleza, en la enorme energía de las placas tectónicas que una dentro de la otra se sumergen, y produce el sismo, es una alarma para despertarnos a la única y verdadera vida: la eternidad del amor infinito junto a Dios, y no la fragilidad de esta corta vida aquí en la tierra.

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