01. Schoenstatt es un movimiento marcadamente mariano
P. Rafael FernándezEL SEGUNDO CONTACTO VITAL DE SCHOENSTATT: LA VINCULACIÓN A LA VIRGEN MARÍA
La vinculación a María constituye un contacto vital para la Obra de Schoenstatt. Este contacto vital se concreta en la alianza de amor que los schoenstatianos sellan con ella en el santuario.
Como trataremos también de la alianza de amor al referirnos a la espiritualidad de Schoenstatt, ahora tratamos de la vinculación a María en términos más generales.
Schoenstatt es un movimiento marcadamente mariano
Una de las características más distintivas, más típicas del Movimiento de Schoenstatt, es su marcado carácter mariano. Ahora bien, para su fundador, el Padre Kentenich, este carácter no responde sólo a un gran amor y devoción a María, tal como se podría tener, por ejemplo, a san Pablo u otro gran santo; para él se trata de tomar en serio y en profundidad el lugar y la misión única y universal, que le asignó el Dios Trino a la santísima Virgen en el plan de redención y de sacar las consecuencias que se deducen de él para nuestra vida y la vida de la Iglesia.
Cristo no llevó a cabo la redención solo, sino que quiso tener a su lado, en forma especialísima y única, a María. Él la llamó a ser su compañera y colaboradora en toda su obra redentora. María está así al inicio de la redención al dar su "sí" a la encarnación del Verbo. Dios confió a ese sí el vuelco más decisivo de la historia: la venida del Mesías, luz del mundo. Ese sí de María no le concierne sólo a ella: es toda la humanidad la que dependía de su sí a la encarnación del Verbo de Dios.
De esta forma estuvo María al inicio de nuestra redención. También lo estuvo en su culminación, cuando, al pie de la cruz, une su ofrenda a la de Cristo Jesús, como co-redentora, co-sufriendo y co-ofreciéndose con él a Dios Padre. Por eso el Señor la proclama desde la cruz como verdadera Madre nuestra al decir a Juan: "He ahí a tu Madre", y a ella, "Ahí tienes a tu hijo".
Cristo quiso tener también junto a sí a su socia y compañera, con cuerpo y alma, en el cielo. Como Medianera de todas las gracias, asunta, María reina junto a Cristo, en la aplicación de la redención, ejerciendo su tarea de madre de la Iglesia, acompañándola en su peregrinar a través de los siglos, regalándole su amor maternal y el poder de gracia que el Señor ha depositado en sus manos.
Es Dios quien establece la modalidad mariana de la redención. Es él quien imprimió en la redención un carácter esencialmente mariano. Schoenstatt no hace más que tratar de comprender el plan de Dios y acoger consecuentemente su voluntad. Sin ser ella el centro, sin embargo, está en el centro de nuestra fe y del plan de redención trazado por Dios desde toda eternidad. Cristo vino al mundo en y a través de María. Él nos redimió teniéndola junto a sí en el Gólgota; él la instituyó como Madre de la Iglesia y medianera de las gracias.
No sólo reconocemos la modalidad mariana del plan de Dios. También, al mismo tiempo, buscamos, como lo hicieron José y Juan, acoger “en nuestra casa” a María. Queremos amarla tal como Cristo Jesús la ama. Ella es la criatura que Cristo más ama, por sobre todas las criaturas. Nuestro amor a María es sólo un pálido reflejo del amor que le profesan el Señor y Dios Padre como a su hija predilecta y llena de gracia.
María, porque todo en ella es de Cristo y para Cristo, no puede sino conducirnos a Cristo. Ella, al decir de los Papas, es el camino más corto, más rápido y más seguro para llegar a Cristo Jesús. La plena del Espíritu Santo, que lo imploró en el Cenáculo en medio de los apóstoles sobre la Iglesia naciente, sigue implorándolo para nosotros, sumergiéndonos así en la Santísima Trinidad.
Por eso amamos a María y nos unimos a ella en una profunda e íntima alianza de amor.
Amamos a María porque ella es la Inmaculada, la “plena de gracia”, la hija predilecta del Padre, la compañera y colaboradora del Señor y la plena del Espíritu Santo.
La amamos como Madre y Reina de la Iglesia, como su imagen más preclara y modelo. Porque la amamos a ella, amamos a la Iglesia y porque amamos a la Iglesia la amamos a ella. Ella es la Madre y Reina de la Iglesia, la gran Educadora del Pueblo de Dios. Porque Schoenstatt quiere ser un Movimiento de renovación en el seno de la Iglesia, por eso somos marianos.
Somos marianos, además, porque María es la gran señal que Dios ha hecho brillar en el horizonte de nuestro tiempo. Si queremos dar una respuesta válida a nuestra época, centrada en el hombre, no podemos sino mirar a María, quien encarna lo que Dios pensó del hombre y de la mujer.
No podemos dar una respuesta válida a la problemática del tiempo actual sin hacerlo a la luz de María y conducidos por su mano materna. Nuestra cultura necesita ver en María al hombre redimido, al ser humano creado según Cristo. El tiempo actual, donde reina el desamparo y la angustia, donde el materialismo embriaga las conciencias y cierra el alma a Dios y al hermano, donde el hombre y la mujer han perdido su identidad, donde impera la cultura de la muerte, donde los vínculos personales cada día se rompen más y más, necesita a María, Madre del Amor Hermoso y Reina de la Unidad.