03. María, la Gran Señal de Dios para nuestro tiempo

P. Rafael Fernández

María, la Gran Señal de Dios para nuestro tiempo

El P. Kentenich nos muestra no sólo una imagen de María integral e integrada "supratemporal", es decir, válida para todos los tiempos, sino, al mismo tiempo, una imagen de María referida a nuestra situación histórica, a la problemática del hombre actual y de la sociedad contemporánea. La muestra como la Vencedora de las herejías antropológicas de nuestra época y educadora de un nuevo tipo de hombre.

 

El hombre es el centro de la preocupación de nuestro tiempo. Juan Pablo II lo expresaba ya al inicio de su pontificado, en la inauguración de la Conferencia Episcopal de Puebla: "La nuestra es, sin duda, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del relajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes".

 

En el trasfondo de esta época marcadamente antropocéntrica, Dios ha querido hacer brillar la gran señal de María como la mujer que desenmascara los ídolos de nuestra época y hace brillar la luz del ideal del hombre redimido, tal como Dios lo concibió en su pureza primitiva.

 

Pablo VI afirma en su exhortación apostólica Marialis Cultus: “La lectura de las Sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas situaciones del mundo contemporáneo, llevará a descubrir cómo María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo”.

 

Luego de dar algunos ejemplos, afirma: “aparece claro en ellos cómo la figura de la Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones. (MC 37)

 

Esta perspectiva “antropológica” de la imagen de María la tuvo el P. Kentenich desde el inicio de Schoenstatt. En su plática del 31 de Mayo de 1949, en el santuario de Bellavista, lo expresa de esta forma:

 

“La santísima Virgen tiene una gran tarea frente al Occidente. Una vez que me hizo comprender esto, me pidió que yo también le entregase todo. Esto es lo hermoso, lo grande, que nuevamente nos une: Presentamos a la santísima Virgen nuestro desvalimiento, y ella nos regala también su desvalimiento, pero también su buena voluntad. ¿Qué pide en cambio de nosotros? El reconocimiento de nuestro desvalimiento...

 

Por otra parte, si ustedes me comprenden bien, podría agregar que no sólo yo, no sólo nosotros, sino también la santísima Virgen está desvalida ante la situación. Es cierto que ella es la Omnipotencia Suplicante ante el trono de Dios, pero también es cierto que según el plan del Amor eterno, ella está supeditada a instrumentos humanos dóciles y de buena voluntad. Si por el Primer Documento de Fundación ella ha aceptado la tarea de mostrarse en Alemania, desde nuestro Santuario, en forma preclara, como la vencedora de los errores colectivistas, entonces -me expreso a la manera humana- ella busca ansiosa con su mirada instrumentos que la ayuden a realizar esta tarea.

 

¿Qué nos queda sino ponernos sin reservas a su disposición en el sentido de nuestra consagración, aceptar sus deseos, entregarnos nuevamente a ella, dejando a ella la responsabilidad por la gran obra, en la cual nosotros, dependiendo de ella y por interés en su misión, queremos cooperar, sufrir, sacrificarnos y rezar? La santísima Virgen está desvalida, ella sola nada puede. Es un honor para nosotros poder ayudarla.” (cf Documentos de Schoenstatt)

 

Desde un punto de vista antropológico, descubrimos en María, en una época de cuestionamiento sobre el sentido y naturaleza del hombre y su destino, la imagen perfecta del ser humano; en un tiempo de confusión de los sexos y cuestionamiento de la identidad femenina, muestra en ella la encarnación preclara de la identidad de la mujer, madre y esposa; cuando la dignidad del ser humano está en peligro y es conculcada desde el seno materno hasta su muerte, ve en ella al hombre libre, capaz de comprometerse y de asumir una responsabilidad histórica; cuando impera el individualismo y la masificación, hace resplandecer en ella la realización plena de la persona en la solidaridad, la entrega en el servicio y la sensibilidad social; cuando impera el secularismo, la ausencia de Dios y la descristianización del hombre y de la sociedad, ve en María la perfecta relación armónica de lo divino y lo humano, de la actividad de Dios y la nuestra.

María es la Gran Señal de Dios para el tiempo y la cultura actual. Una humanidad más cercana a María es una humanidad más humana y más cercana a Cristo.