Engendrar vida, un desafío conjunto

      Quedan pocos días para que nazca la Trini, nuestra segunda hija, y se intensifica el clásico juego de roles hombre-mujer, que en este caso es esposo-esposa, papá y mamá. Es indesmentible que las mujeres se ponen más sensibles en esta etapa, que quieren preparar el hogar para la llegada del nuevo retoño (lo que incluye cambios y remodelaciones varios en la casa y en el estilo de vida familiar, entre otras cosas), que buscan despejarse de otras preocupaciones, que anhelan, en definitiva, centrar toda su atención en esa pequeña parte de ellas que, después de nueve meses de compartirlo todo con su madre, por fin se va a dar a conocer y a empezar a tomar su espacio propio en el mundo...

| Cristóbal Guerrero Cortés Cristóbal Guerrero Cortés

Cuando se trata de madres primerizas, toda esta sensibilidad se puede transformar en temor a lo desconocido, en esa incertidumbre que se mezcla con una alegría indescriptible  y una expectación inmensas. Cuando ya han sido madres, sin embargo, la mayoría lo vive más tranquilamente. Como no se trata ya de una situación desconocida, son más conscientes de los distintos cambios que van experimentando, de la raíz de sus sentimientos y aprensiones, de lo que anhelan y necesitan.

Los hombres -padres-, por nuestra parte, lo vivimos distinto. El hijo no es "parte" nuestra de la misma forma que lo es para una madre, no lo sentimos dentro, no nos patea, no nos altera las hormonas, no nos acompaña a cada momento. Nuestra aproximación es más intelectual, más lenta y progresiva; durante el embarazo nos imaginamos como va a ser, las cosas que le queremos transmitir, los momentos que vamos a compartir, la alegría inmensa que vamos a experimentar con su llegada. Mientras para la mujer es acto, tangible, para nosotros hasta cierto punto es potencia. Mientras la mujer es madre desde el minuto mismo de la concepción, el hombre va aprendiendo a desarrollar su paternidad con el tiempo, especialmente a partir del alumbramiento mismo.

Esta diversidad, que es complementaria por definición, no siempre es fácil de conjugar adecuadamente. En especial en estos momentos -los más importantes de nuestras vidas- cuesta a veces el doble poner estas características que nos diferencian al servicio del amor; lograr la comunicación adecuada, necesaria para transmitirnos el uno al otro lo que sentimos, lo que esperamos y anhelamos.

No hay, desde mi punto de vista, una etapa más representativa y clara en nuestras vidas de lo que Dios quiso al crearnos hombre-mujer que ésta, no sólo por la manifestación física de la plenitud del amor conyugal, sino porque es a partir de la llegada de los hijos que quienes tenemos esta vocación experimentamos en carne viva la realidad innegable de nuestras diferencias y la necesidad inmensa y determinante del complemento.

El desafío de la esposa, en este contexto, es entonces ayudar a construir la paternidad en su marido, acercarlo a su hijo, enseñarle a conocerlo y quererlo cada día más. Nuestro desafío como maridos es en cambio, más que nunca, marcar el camino, entregar seguridad, ser sustento emocional para nuestra esposa y aprender a ser padres, de su mano, día a día. No debemos esforzarnos por  sentir lo mismo que la madre (por lo demás es imposible), pero si debemos decididamente salir de nosotros mismos para ir al encuentro de nuestra esposa y nuevo hijo.

En resumen, a cada uno toca hacer lo más propio del amor conyugal, que es buscar todos los días la felicidad del otro, lo que supone entregar desde lo que uno es, lo que ese otro anhela y necesita.

Este es mi desafío, espero dar la talla.

Cristóbal Guerrero C.

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