HACER LAS COSAS BIEN

Parece un eslogan político, de suma actualidad. Pero no lo es. Por el contrario, el principio moral que nos exige hacer las cosas bien es lo que los antiguos llamaron "virtud" y que muchos modernos tratan de traducir por responsabilidad. Me quedo con la palabra antigua, porque además de serlo, es lo más moderno que hay. Digamos que virtud es la palabra "clásica" que no puede morir, porque su significado trasciende el tiempo, aunque su sonido nos lleve a Aristóteles, Séneca, Agustín y Tomás de Aquino.

Parece un eslogan político, de suma actualidad. Pero no lo es. Por el contrario, el principio moral que nos exige hacer las cosas bien es lo que los antiguos llamaron "virtud" y que muchos modernos tratan de traducir por responsabilidad. Me quedo con la palabra antigua, porque además de serlo, es lo más moderno que hay. Digamos que virtud es la palabra "clásica" que no puede morir, porque su significado trasciende el tiempo, aunque su sonido nos lleve a Aristóteles, Séneca, Agustín y Tomás de Aquino.

La virtud -dice su definición más acotada- es el hábito operativo bueno. Traducido a la actualidad, es hacer las cosas bien siempre. Ser virtuoso es consecuencia de ser juicioso, responsable, paciente, constante, buscador de la verdad, del bien y de la belleza. ¡Casi nada!

Desde esta perspectiva ya podemos ir señalando un programa de acción para que el eslogan en cuestión se haga vida. Ante todo, el acto humano para ser virtuoso tiene que ser libre, debe ser bien pensado. Hacer las cosas a tontas y a locas, aunque resulte a veces, no es para nada virtuoso. El propio Aristóteles nos aseguraba que la prudencia, que es la raíz de toda virtud o virtud madre, es propia del hombre sabio, del hombre que conduce a otros. Por tanto, el jefe que se proponga la virtud, o sea hacer las cosas bien, debe poseer ante todo la virtud de la prudencia. Y esta no es otra cosa que el buen juicio frente a la acción inmediata, así como a la acción futura. El prudente es el que sabe ver lo que pasa hoy y lo que pasará mañana. Por eso mismo, es una persona que es de suma utilidad para los demás.

En general, los seres humanos tendemos a solucionar los problemas que nos afectan ahora, descuidando muchas veces lo que ocurrirá mañana como consecuencia de la acción que estamos realizando en este momento. Es el hombre prudente, el sabio, el previsor, el de mirada larga, el que verdaderamente puede conducir a otros por la senda de lo bueno, lo verdadero, lo necesario, lo conveniente, lo útil. De lo que vendrá mañana, como consecuencia de la acción realizada hoy.

Después de la gran virtud rectora que es la prudencia, viene la no menos importante de la justicia, la que consiste en dar a cada uno lo suyo. Nuevamente una virtud de fundamentos sólidos, que dirigirá las acciones del prudente hasta las últimas consecuencias en la comunidad de los hombres. Y como siempre, la prudencia es rectora. La justicia solamente podrá ser exitosa, en la medida en que se ajuste fuertemente a la sabiduría constante que implica la dicha prudencia. ¡Qué difícil resulta para la autoridad, en emergencia, aplicar la justicia de dar a cada cual lo suyo!

Todavía quedan un par de virtudes que, junto a las anteriores, los sabios de antaño y hogaño señalaron y señalan como verdaderos puntales. Ellas son las de la fortaleza y la templanza. La primera, la reguladora de nuestros miedos y dolores, adversidades y tragedias, mientras la segunda es encargada de controlar nuestras pasiones tanto positivas como negativas. Fortaleza ante la adversidad y templanza ante los éxitos o apasionamientos son las condiciones básicas, junto a la prudencia y la justicia, que hacen al hombre virtuoso y, como consecuencia, hacedor de las cosas en la senda del bien.

Esta reflexión que puede parecer a algunos teórica, es lo más práctica que hay si se aplica a una situación de emergencia colectiva como la que vivimos en estos días en todo nuestro territorio nacional.

Frente a la adversidad gigantesca de un terremoto y maremoto destructores, frente a conductas poco acertadas de algunos dirigentes y a la conducta apasionada de muchos ciudadanos, más llevados del instinto que de la inteligencia, se hace necesario detenerse a pensar un momento. No mucho tiempo, porque la urgencia es enorme y la vida no da mucha tregua. Pero sí el tiempo suficiente para que las medidas que hoy se tomen no tengan mañana peores consecuencias en la comunidad. ¡Gran tarea para jefes que, hoy más que ayer, son imprescindibles para conducir la emergencia!

¿Qué puedo y debo hacer yo ante la emergencia colectiva desde mi trabajo, mi familia, mi grupo de referencia, desde mi cátedra o mi empresa? Aunque parezca retórico, pero insisto en que no lo es, creo que hay que detenerse un instante y preguntarse: ¿Qué es lo prudente? ¿Qué es lo más justo? ¿Qué refuerzos hay que poner a la inteligencia y a la voluntad? ¿Qué tengo que frenar de mis instintos egoístas?

Un buen aporte para la causa es ponerse a hacer bien, lo mejor posible, lo que estoy haciendo en este instante, y favorecer a todos los que a mi alrededor estén haciendo otro tanto. Hay que poner los talentos de cada cual al servicio de los que asumen las responsabilidades del mando, en momentos de zozobra. El barco es el mismo. Estamos todos participando como tripulación de un navío que ha sido sacudido, que ha perdido amarras, velamen y jarcias. Solo haciendo las cosas bien, ahora más que nunca, saldremos una vez más de esta furiosa tempestad.

¡Ah!, y no olvidar que el hombre es cuerpo, alma, espíritu y trascendencia y que debe ser acompañado y confortado en todas esas instancias a un mismo tiempo. La destrucción no solo arruinó nuestras casas y nuestras fábricas, también golpeó o desprotegió nuestras esperanzas, nuestros proyectos y hasta nuestra fe en el único que puede salvarnos en totalidad. Por tanto, la tarea es reconstruir la tierra, reconstruir el alma y confiar más fuertemente en el Cielo que nos tiende, como siempre, la mano poderosa. Nada más y nada menos. Recordemos una vez más el canto sagrado de judíos y cristianos: "Si el Señor no edifica la ciudad, en vano se afanan los constructores"

 

Jesús Ginés Ortega

Universidad Santo Tomás

Instituto Berit de la Familia

Comentarios
Los comentarios de esta noticia se encuentran cerrados desde el a las hrs